La envidia, el asesino de la felicidad

La envidia, el asesino de la felicidad

Erradicar por completo esta fea emoción sería imposible, pero podemos dejar de alimentarla con nuestro comportamiento.

Por Arthur C. Brooks

En el canto 13 del “Purgatorio” de la Divina Comedia de Dante, el poeta italiano del siglo XIV describe el castigo final de las personas que en vida han sido víctimas de la envidia, uno de los siete pecados capitales. Los muestra encaramados precariamente al borde de un precipicio. Como la envidia empezó con lo que vieron, tienen los ojos cerrados. Para no caer, deben apoyarse el uno en el otro, algo que nunca hicieron en vida. Se trata de un castigo bastante sombrío; no es de extrañar, quizá, dado que la envidia es el único pecado que está prohibido no sólo por uno de los Diez Mandamientos de la tradición católica, sino por dos.

Quizá te preocupe menos que a Dante el castigo en el más allá. Hay muchas pruebas de que la envidia -el anhelo resentido de lo que posee otra persona- puede darte un poco de infierno o purgatorio en el aquí y ahora. Todos sabemos cómo se siente la envidia: cómo agria nuestro amor y deseca nuestra alma. Cómo hace aflorar en nuestro interior los fantasmas feos y rencorosos que se complacen en el sufrimiento de los demás sin otra razón que la de que su buena fortuna hace que la nuestra se sienta insuficiente en comparación. Como ha escrito el ensayista Joseph Epstein: “De los siete pecados capitales, sólo la envidia no es divertida”.

La envidia, en resumen, es un asesino de la felicidad. Por desgracia, también es completamente natural, y nadie escapa a ella por completo. Pero si la entiendes mejor, puedes dejar de alimentarla y alejarte del borde del precipicio.

Las posibles explicaciones de las raíces naturales y evolutivas de la envidia son fáciles de imaginar. La comparación social es la forma en que medimos nuestro lugar relativo en la sociedad y, por tanto, la forma en que sabemos en qué debemos esforzarnos para seguir siendo competitivos por los recursos y viables en los mercados de apareamiento. Cuando vemos que nos quedamos por detrás de los demás, el dolor que sentimos a menudo nos impulsa a construirnos a nosotros mismos, o a derribar a los demás. Todo esto podría haber sido de vida o muerte en tiempos de los trogloditas, pero hoy parece muy anacrónico. Es poco probable que mueras solo porque tus publicaciones en las redes sociales sean menos populares que las de otros. Pero el dolor puede seguir siendo igual de agudo.

La forma en que las personas actúan ante este dolor ha llevado a algunos estudiosos a distinguir entre envidia benigna y envidia maliciosa. La primera es miserable, pero se responde con un deseo de superación personal y de emular a la persona envidiada. En cambio, la envidia maliciosa conduce a acciones totalmente destructivas, como pensamientos y comportamientos hostiles destinados a dañar a la otra persona. La envidia benigna se produce cuando crees que la admiración hacia la otra persona es merecida; la envidia maliciosa entra en acción cuando crees que no lo es. Por eso puedes envidiar a un famoso héroe de guerra pero no desearle ningún mal, mientras disfrutas con la noticia de que el noveno matrimonio de un guapo actor de Hollywood acaba de fracasar.

La envidia -especialmente cuando es maliciosa- es terrible para ti. Para empezar, el dolor es real: Los neurocientíficos han descubierto que envidiar a otras personas estimula el córtex cingulado anterior del cerebro, que está asociado al dolor físico y mental. También puede arruinar tu futuro. Los investigadores que escribieron en 2018 en la revista Social Science & Medicine estudiaron a 18.000 personas seleccionadas al azar y descubrieron que su experiencia de envidia era un potente predictor de una peor salud mental y un menor bienestar en el futuro. Normalmente, las personas se vuelven psicológicamente más sanas a medida que envejecen; la envidia puede frenar esta tendencia. Aunque otros estudios han demostrado que la envidia benigna puede estimular tu ambición, éste no encontró que la envidia predijera en absoluto el éxito económico posterior.

Cada persona envidia cosas diferentes. Por ejemplo, yo puedo ver todo el día a gente con barcos y coches lujosos y quedarme totalmente indiferente. Pero si un hombre de mi edad tiene la cabeza llena de pelo, es como si me pusieran en el acantilado con los ojos cerrados. Sin embargo, los estudiosos han observado algunas pautas generales en la envidia. Por ejemplo, algunas investigaciones sugieren que lo que la gente envidia tiende a cambiar con la edad. Los jóvenes pueden envidiar más que los mayores el éxito educativo y social, la buena apariencia y la fortuna romántica. Las personas mayores suelen encogerse de hombros ante estas cosas, pero tienden a envidiar a las personas con dinero. Los hombres y las mujeres tienden a envidiar cualidades diferentes. Según un par de estudios, los hombres envidian más el estatus social y el prestigio. Para las mujeres, el atractivo físico. Para ambos sexos, la segunda mayor fuente de envidia era el éxito en la atracción de parejas románticas.

Para sentir envidia, tienes que estar expuesto a personas que parecen más afortunadas que tú. Eso es bastante sencillo en las interacciones ordinarias. Pero las condiciones de la envidia explotan si exponemos a la gente a una amplia gama de desconocidos que curan sus vidas para parecer tan glamurosos, exitosos y felices como sea posible. Obviamente, estoy describiendo las redes sociales. De hecho, los académicos han llegado a utilizar el término envidia de Facebook para captar las circunstancias singularmente fértiles que los medios sociales crean para esta emoción destructiva. Y en los experimentos, los académicos han demostrado que, efectivamente, el uso pasivo de Facebook (aunque sin duda esto no se limita a Facebook) disminuye de forma mensurable el bienestar a través del aumento de la envidia.

Si pudiera chasquear los dedos y erradicar la envidia de mi vida, lo haría, y apuesto a que tú también. Pero la envidia es natural, y deshacerse de ella sería imposible para todos, salvo quizá para los más ilustrados. Cosimo de’ Medici, en el siglo XV, tenía un enfoque más factible. Comparó la envidia con una hierba virulenta y natural. La tarea no consiste en intentar erradicarla, lo que sería inútil; más bien, enseñó, basta con no regarla.

1. Concéntrate en las partes ordinarias de la vida de los demás.

La principal forma de regar esa terrible hierba es con nuestra atención. Nos centramos intensamente en las cualidades que deseamos pero de las que carecemos. Por ejemplo, puedes envidiar la fama y la riqueza de un artista, e imaginar cómo esas cualidades harían tu vida mucho más fácil y divertida. Pero piensa un poco más en profundidad. ¿Crees realmente que la vida de ese animador es tan estupenda? ¿Su dinero y su fama le aportan un matrimonio sano? ¿Elimina su tristeza y su ira? Probablemente no; quizás todo lo contrario.

Los psicólogos han demostrado que puedes utilizar esta observación para mitigar tu envidia. En 2017, los investigadores pidieron a un grupo que pensara en personas demográficamente similares que consideraban que tenían circunstancias excepcionalmente buenas en sus vidas. Descubrieron que centrarse sólo en estas circunstancias provocaba un doloroso contraste con las propias vidas de los participantes y, por tanto, la envidia. Pero cuando se les indicaba que pensaran en los altibajos cotidianos que seguramente también experimentaban estas personas, la envidia disminuía.

2. Apaga la máquina de la envidia.

Las redes sociales aumentan la envidia porque hacen tres cosas: Te muestran las vidas de personas más afortunadas que tú; es más fácil que nunca para cualquiera alardear de su buena fortuna ante las masas; y te ponen en la misma comunidad virtual que personas que no están en tu comunidad de la vida real, haciendo que te compares con ellas. Las publicaciones de los famosos y los influencers son una fuente de envidia especialmente potente e innecesaria. La solución no es abandonar las redes sociales, sino dejar de seguir a personas que no conoces y cuyas publicaciones simplemente miras porque tienen lo que tú quieres. Utiliza las redes sociales para mantenerte al día con los amigos de verdad, para aprender cosas interesantes y potentes, y quizás para echarte unas risas. Ya hay suficiente envidia entre amigos, ¡no la amplíes a la población mundial!

3. Muestra tu yo poco envidiable.

Mientras trabajas para reducir tu envidia de los demás, deja de intentar que te envidien a ti. Querer mostrar tus puntos fuertes y ocultar tus debilidades a los desconocidos es natural. Esto puede sentirse bien, pero es un error. Ocultar la verdad a ti mismo y a los demás es un camino hacia la ansiedad y la infelicidad. Y, como demostraron mi colega Alison Wood Brooks y sus colaboradores en un estudio de 2019 sobre emprendedores publicado en el Journal of Experimental Psychology, cuando los participantes eran sinceros no sólo sobre lo que hacían bien, sino también sobre cómo fallaban en el camino, los observadores experimentaban menos envidia maliciosa. Pero ten cuidado: Tus fracasos tienen que ser auténticos. El llamado “humblebragging”, en el que la jactancia se disfraza de humildad, puede percibirse a la legua y te hace menos simpático a los demás.

En 1807, la poetisa británica Mary Lamb escribió unas estrofas sobre la miseria de la envidia, en las que imagina un rosal que no puede apreciar sus propios dones porque se preocupa de no dar violetas o lirios. Concluye: “Como un árbol ciego y sin sentido / Como he imaginado que es éste, / Todas las personas envidiosas lo son: / Con cuidado y cultura todos pueden encontrar / Alguna bonita flor en su propia mente, / Algún talento que sea raro”.

Éste es probablemente el mejor antídoto de todos contra la envidia: la gratitud y el aprecio por tus propios dones, sean cuales sean. Muchas investigaciones demuestran que la gratitud extingue la envidia, pero eso ya lo sabías. Así que haz buen uso de este conocimiento: La próxima vez que el sabueso de la envidia ladre en tu interior, cállalo con pensamientos sobre las personas que te quieren, las cosas que disfrutas, la buena fortuna que has tenido.

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