¿Qué podemos aprender de la filosofía perenne de Aldous Huxley?

Aldous Huxley sostenía que todas las religiones del mundo se basaban en creencias y experiencias universales. ¿Tenía razón?

Cuando era adolescente, me topé con La Filosofía Perenne (1945) de Aldous Huxley. Me inspiró tanto su despliegue de joyas místicas que, como una urraca, lo robé de la biblioteca de mi colegio. Aún conservo ese ejemplar, sentado a mi lado. A continuación, devoré su libro Las puertas de la percepción (1954), y me convertí secretamente al misticismo psicodélico. Gracias a Huxley me negué a confirmarme, gracias a él mis amigos y yo pasamos la adolescencia intentando asaltar el cielo con LSD, con resultados desiguales. La Filosofía Perenne de Huxley me ha acompañado durante toda mi vida. Ha sido mi abuelo espiritual. Y, sin embargo, en los últimos años, a medida que he investigado su vida, me encuentro cada vez más discutiendo con el abuelo. ¿Y si su filosofía no es cierta?

La expresión “filosofía perenne” fue acuñada por primera vez por el humanista renacentista Agostino Steuco en 1540. Se refería a la idea de que existe un núcleo de sabiduría compartida en todas las religiones, y al intento de la escuela neoplatonista de Marsilio Ficino de sintetizar esa sabiduría en una filosofía transcultural. Esta filosofía, escribe Huxley, “es inmemorial y universal. Se pueden encontrar rudimentos de la filosofía perenne en la sabiduría tradicional de los pueblos primitivos de todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene cabida en todas las religiones superiores.

Como sostiene Huxley, existe un gran acuerdo entre los defensores del teísmo clásico en la filosofía platónica, cristiana, musulmana, hindú y judía sobre tres puntos principales: Dios es el Ser eterno incondicionado, nuestra conciencia es un reflejo o chispa de ello y podemos encontrar nuestro florecimiento o dicha en la realización de esto.

¿Pero qué hay del budismo?

¿Pero qué hay de la teoría budista de anatta, o “no yo”? Huxley sugiere que Buda quería decir que el yo ordinario no existe, pero que sigue habiendo una “esencia incondicionada” (lo cual podría decirse que es cierto en algunas formas de budismo, pero no en otras). Sospecho que los estudiosos del taoísmo se opondrían a equiparar el Tao con el Dios del teísmo clásico. En cuanto a “la sabiduría tradicional de los pueblos primitivos”, estoy seguro de que Huxley no sabía lo suficiente para decirlo.

Aún así, se pueden observar sorprendentes similitudes en las ideas y prácticas místicas de las principales tradiciones religiosas. El objetivo común es superar el ego y despertar a la realidad. La realidad egocéntrica ordinaria se considera una sucesión en trance de impulsos y apegos automáticos. El camino hacia el despertar implica el entrenamiento diario en la contemplación, el recogimiento, el desapego, la caridad y el amor. Cuando se alcanza el “desinterés total”, se comprende la verdadera naturaleza de la realidad. Existen distintos caminos para ascender a la montaña mística, pero Huxley sugiere que la experiencia cumbre es la misma en todas las tradiciones: un encuentro sin palabras y sin imágenes con la Luz Pura de lo divino.

¿Cómo sabemos que merece la pena seguir este arduo camino? Tenemos que creer en la palabra de los grandes místicos. Huxley escribe: “la naturaleza de esta Realidad única es tal que no puede ser aprehendida directa e inmediatamente, salvo por aquellos que han elegido cumplir ciertas condiciones, haciéndose amorosos, puros de corazón y pobres de espíritu”. Sin embargo, podemos intentar subir los primeros escalones de la montaña y ver qué tipo de resultados empíricos obtenemos.

Sea lo que sea, La Filosofía Perenne es una extraordinaria obra de síntesis, e inyectó una espiritualidad global en la cultura occidental dominante. Huxley condenó el “imperialismo teológico” que sólo aprecia los textos occidentales, e introdujo a muchos lectores en enseñanzas no occidentales ahora familiares: el Bhagavad Gita, los Upanishads, las enseñanzas de Buda, Zhuang Zi, Rumi. Aun así, es una selección bastante idiosincrásica de citas. Hay mucho vedanta y budismo mahayana, y muchos místicos cristianos masculinos, pero apenas hay místicas femeninas, sólo una línea de Jesús y ninguna cita del Corán. ¿En qué sentido, entonces, es universal?

Aunque Huxley escribió que la filosofía perenne es “inmemorial y universal”, su libro fue producto de una época y un lugar concretos. En la primera mitad de su vida, Huxley era conocido como un irreverente burlón de la religión, “el hombre que odia a Dios”, como dijo un periódico. Era nieto de Thomas Huxley, un célebre científico victoriano que ridiculizaba las supersticiones cristianas y sugería que la ciencia evolutiva podría ser algo así como una nueva religión.

Huxley fue uno de los primeros científicos de la época victoriana en burlarse de la religión.

El exterior cínico de Huxley se quebró en la década de 1930. Ya no podía soportar vivir en un universo materialista y sin sentido. Pero en lugar de convertirse al cristianismo, como hicieron compañeros como T S Eliot, se volvió hacia la espiritualidad científica de su amigo Gerald Heard, el primer periodista científico de la BBC. Heard pensaba que la psicología y otras ciencias podían proporcionar una base empírica para técnicas espirituales como la meditación. Esta espiritualidad empírica (frase mía) atrajo a Huxley.

Él y Heard se convirtieron en figuras destacadas del movimiento pacifista de la década de 1930. Pero abandonaron abruptamente la esperanza en Europa y se trasladaron a Los Ángeles en 1937. Durante un tiempo, junto con el novelista Christopher Isherwood, se convirtieron en miembros destacados de la Sociedad Vedanta del sur de California (Vedanta es una forma de misticismo hindú). Fueron apodados “los expatriados místicos” por otro de ellos, Alan Watts. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, recibieron muchas críticas en Gran Bretaña por su “deserción” a Hollywood.

“Una sociedad es buena en la medida en que hace posible la contemplación para sus miembros”

Sospecho que los expatriados místicos se sentían profundamente culpables por abandonar a sus amigos y familiares en Europa. Esto es evidente en algunos pasajes de La Filosofía Perenne, que fue escrita durante la guerra:

La agitación por sucesos que somos incapaces de modificar, bien porque aún no han ocurrido, bien porque están ocurriendo a una distancia inaccesible para nosotros, no consigue nada más allá de inocular el aquí y el ahora con el mal remoto o anticipado que es objeto de nuestra angustia. Escuchar cuatro o cinco veces al día a los locutores y comentaristas, leer los periódicos de la mañana y todos los semanarios y revistas mensuales -hoy en día, esto se describe como “interesarse inteligentemente por la política”; San Juan de la Cruz lo habría llamado indulgencia en la curiosidad ociosa y el cultivo de la inquietud por la inquietud misma.

La Filosofía Perenne fue la respuesta desesperada de Huxley a la guerra. Esto explica el profundo pesimismo político del libro: había intentado detener la guerra y había fracasado. La civilización moderna, escribe, es “desamor organizado”; la publicidad es “el esfuerzo organizado para extender e intensificar el ansia”; el siglo XX es “La Era del Ruido”. La mayoría de las personas son esclavas de diversas formas de idolatría y de religión sustitutiva: el culto al progreso, el culto a la tecnología y, sobre todo, el culto al Estado-nación. Para Huxley, todas ellas son formas de “religiones del tiempo”, que depositan su fe en triunfos futuros. Las religiones abrahámicas son también, en gran medida, religiones del tiempo (argumenta), razón por la cual han provocado tanto derramamiento de sangre.

“El reino de la violencia nunca llegará a su fin”, escribe Huxley, hasta que “la mayoría de los seres humanos” acepten la filosofía perenne y la reconozcan como “el factor más elevado común a todas las religiones del mundo”. La única forma en que podemos despertar de la pesadilla de la historia es centrándonos en el “Eterno Ahora”. Esto requiere una revisión completa de la sociedad para instalar una nueva infraestructura de contemplación: “una sociedad es buena en la medida en que hace posible la contemplación para sus miembros”. Huxley se retiró al desierto de Mojave para intentar convertirse en un santo.

Desgraciadamente, el desinterés total resultó difícil de alcanzar. La Filosofía Perenne es una espléndida enciclopedia del misticismo, pero eso no es lo mismo que una experiencia mística de primera mano. El hijo de Huxley, Matthew, se preguntaba, tras la muerte de su padre: “¿Llegó Aldous alguna vez a alcanzar [la trascendencia] o no; ésa es la cuestión que planteo. ¿O está todo intelectualizado, expresado en términos técnicos y palabras de otras personas, como en La Filosofía Perenne?

Hasta mayo de 1953, Huxley no sintió que por fin había tenido una experiencia mística. Y fue cuando tomó mescalina, una droga psicodélica que se encuentra en el cactus peyote. Descubrió un remonte hacia la montaña mística. Los psicodélicos, creía, permitían a la gente corriente vislumbrar experiencias antes confinadas a los santos, y ayudaban a los intelectuales como él a ir más allá del pensamiento conceptual. También salió de su cabeza mediante prácticas somáticas como Tantra, la terapia Gestalt, la técnica Alexander. Incluso celebró la danza extática. En la década de 1950 pareció relajarse y sentirse más en paz consigo mismo; amigos como Isaiah Berlin quedaron impresionados por su bondad. Con esta relajación llegó el optimismo de que la civilización podría no estar abocada al colapso. Tal vez, después de todo, la filosofía perenne podría hacerse popular.

Eso fue precisamente lo que ocurrió en los años posteriores a su muerte. A lo largo de la década de 1960, la filosofía perenne fue defendida por figuras como Huston Smith y Ram Dass, ambos amigos y admiradores de Huxley. Se promovió en lugares como el Instituto Esalen de California y la celebraron en la cultura pop desde John Coltrane hasta los Beatles. Antes de morir en 1963, Huxley se convirtió en un éxito en los campus de EEUU, dando conferencias sobre la experiencia mística a miles de estudiantes fascinados. Aparece en la portada del álbum de los Beatles Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), e incluso inspiró el nombre de un grupo: los Doors.

Hoy en día, el grupo religioso de más rápido crecimiento en EEUU es el de los “espirituales pero no religiosos”, que representan el 27% de la población (un 8% más en cinco años, según Pew Research). Al igual que Huxley, este grupo practica técnicas espirituales de muchas religiones distintas -yoga, mindfulness, medicina vegetal- y trata de probar estos métodos con la ciencia empírica. Una mayoría de cristianos estadounidenses, de nuevo según Pew, cree ahora que otras creencias pueden llevar al cielo. Se ha producido un extraordinario renacimiento contemplativo: uno de cada tres estadounidenses ha probado el yoga y una cuarta parte de los británicos la meditación. También se ha producido un renacimiento de la investigación psicodélica en la última década, inspirado por la afirmación de Huxley, en su día escandalosa, de que las drogas psicodélicas pueden conducir a experiencias místicas.

El “misticismo para las masas” que profetizó Huxley parece estar haciéndose realidad. Según encuestas de Gallup y Pew, el número de estadounidenses que dicen haber tenido una o más experiencias místicas aumentó del 22% en 1962 al 49% en 2009. Es probable que sean más frecuentes cuando se legalicen los psicodélicos.

Y sin embargo, a pesar de toda su influencia popular, algunos estudiosos de la religión han rechazado el perennialismo de Huxley. El primer contraataque lo realizó el filósofo estadounidense Steven Katz en su artículo “Lenguaje, epistemología y misticismo” (1978). Katz señaló que las tradiciones místicas son en realidad muy diferentes. Están arraigadas en diferencias de lenguaje, simbolismo y cultura; si intentas sacar las “experiencias místicas” de ese suelo local y crear una síntesis global, acabas con algo despojado de gran parte de su significado. Los místicos cristianos tienen experiencias místicas cristianas, los budistas tienen experiencias místicas budistas, y así sucesivamente.

En lugar de “muchas rutas, una cumbre”, Ferrer sugiere “un océano, muchas orillas”

Es cierto que Huxley equipara ideas que, bien miradas, suelen ser muy diferentes. Y su espiritualidad global y transcultural es muy individualista y desarraigada: no tiene sentido que la vida mística esté arraigada en comunidades, con prácticas, rituales y guías particulares. Al mismo tiempo, Katz sugiere que nunca podremos escapar de nuestro condicionamiento cultural, y que todos deberíamos permanecer en nuestro carril. Los grandes místicos eran a su vez sincretistas: San Agustín amaba a Plotino, Santa Teresa de Ávila amaba a los estoicos, el ex arzobispo de Canterbury Rowan Williams ama el budismo. ¿Por qué no deberíamos ser nosotros también sincretistas? Katz ignora hasta qué punto las tradiciones místicas pueden estar moldeadas por nuestra neuropsicología común (los místicos fueron los grandes psicólogos de su época, sugirió Huxley). Muchas prácticas místicas se basan en la teoría cognitiva de las emociones: la idea de que nuestro yo ordinario está constituido por creencias automáticas habituales, que podemos advertir, explorar y cambiar. No es sorprendente que descubrieran técnicas similares para la autotransformación.

La segunda gran crítica al perennialismo llegó en 2002, con el libro Revisión de la Teoría Transpersonal del psicólogo de origen español Jorge Ferrer. Señala que el perennialismo es jerárquico y, por tanto, potencialmente intolerante. Todas las religiones son verdaderas, pero algunas lo son más que otras.

Esta jerarquización de las religiones es evidente en los escritos de Huxley. Insiste en que las experiencias místicas últimas son momentos de conciencia pura no dual, más allá de cualquier concepto de “yo” y “tú”, más allá de la emoción, más allá del lenguaje, la imagen y la cultura. Esto es importante para su objetivo político de unir a la humanidad bajo la filosofía perenne: todas las naciones y colores se unirán en la Luz Pura de lo divino.

Pero, de hecho, muchas experiencias místicas famosas son encuentros yo-tu altamente emocionales con lo divino en una forma particular: Jehová, Krishna, el ángel Gabriel, etc. Esto es preocupante para Huxley, porque abre el camino al desacuerdo y al conflicto, por lo que insiste en que “hay místicos buenos y místicos malos”. Los buenos místicos, como el teólogo alemán Meister Eckhart (1260-1328), experimentan disoluciones del ego en la Luz Pura, mientras que los malos místicos tienen encuentros apasionados yo-tú. Según esta definición, Moisés, Jesús, Mahoma, Santa Teresa, San Francisco, Rumi y cualquiera de la tradición del misticismo devocional es un mal místico. Esto es un poco rico por parte de alguien que nunca ha tenido una experiencia mística, excepto bajo los efectos de las drogas.

Según Ferrer, el perenialismo también hace demasiado hincapié en la experiencia individual, lo que puede conducir al narcisismo espiritual y a la búsqueda de emociones (esto es demasiado obvio en la comunidad psicodélica). Puede ser autovalidante: la prueba de la filosofía son las experiencias especiales de los santos. Esto ignora lo que el filósofo canadiense Ian Hacking llama “efectos de bucle”: la experiencia mental y somática a menudo adopta la forma que esperamos que adopte. Huxley, por ejemplo, decidió en un viaje de LSD que el amor es “el hecho cósmico primario y fundamental”. Pero eso era lo que esperaba, o esperaba, descubrir. Como replicó su amigo Bertrand Russell, ¿por qué declarar definitivo un estado mental y no otro?

Por último, Ferrer sostiene que el perennialismo es objetivista y esencialista: insiste en que existe una realidad de hechos espirituales que espera, ahí fuera, a ser descubierta. Se trata de una forma de “cartesianismo sutil”, dice Ferrer, que ignora cómo los humanos construimos la realidad a través de nuestros cuerpos, rituales, palabras, acciones y culturas.

La alternativa, para Ferrer, es la “espiritualidad participativa”. Los humanos cocrean la realidad en una interacción participativa con el misterio. Esto tiene lugar no a través de “experiencias” en la cabeza de un individuo, sino a través de acontecimientos y encuentros que pueden implicar a muchas personas (piensa en el Pentecostés), y que pueden ir a muchos destinos posibles: “las diversas tradiciones conducen a la realización de diferentes ultimidades espirituales”. En lugar de “muchas rutas, una cima”, sugiere “un océano, muchas orillas”. Recuerda al multiverso Marvel: ¿Vas a las Tierras Puras? Genial, ¡yo me voy al Valhalla!”

El giro participativo de Ferrer es fascinante, y muy influyente en la cultura inteligente de la Nueva Era actual. Pero tiene limitaciones. Quizá sea producto de San Francisco, donde tiene su sede el Instituto de Estudios Integrales de California de Ferrer, pero su filosofía se esfuerza tanto por ser tolerante y no jerárquica, que acaba en un “horizonte abierto y permisivo de encuentros transpersonales”. Esto suena menos a banquete de Dios que a fiesta de swingers. Como en la carrera del Dodo en Alice en el País de las Maravillas, “todos han ganado y todos deben tener premio”. Si no puedes manejar cualquier jerarquía, entonces acabas en un relativismo liberal que puede ser tan intolerante como las teorías más tradicionales.

Ferrer es consciente de que éste es el punto débil de su argumento, e insiste repetidamente en que aún podemos evaluar entre distintas opciones -entre, por ejemplo, unirnos a un grupo cuáquero o a una secta criminal como la Familia Manson- evaluando el “poder emancipador” de una tradición. ¿En qué medida combate el egocentrismo, contrarresta la disociación del cuerpo y otros aspectos de la persona en su totalidad y fomenta eficazmente el equilibrio ecológico, la justicia social y económica, la libertad religiosa y política, la igualdad de clase y de género y otros derechos humanos fundamentales?

En resumen, hasta qué punto encajan las tradiciones espirituales con los valores del liberalismo de San Francisco. ¿Por qué elegir estos valores en lugar de otros? Si no existe ninguna realidad última, ninguna verdad, ¿por qué son éstos los criterios para nuestras elecciones espirituales? Ferrer está traicionando un sesgo occidental y liberal. Probablemente sea inevitable algún tipo de clasificación o jerarquía si se quiere evitar el relativismo total.

En segundo lugar, ¿por qué elegir estos valores en lugar de otros?

En segundo lugar, me inquieta la sugerencia de Ferrer de que existen muchas “ultimidades espirituales”, en lugar de la realidad última sugerida por la mayoría de las tradiciones espirituales. ¿Qué ocurre con la vida después de la muerte? ¿Todos experimentamos la vida después de la muerte que esperamos? ¿Los humanistas nacen una vez y luego mueren, los cristianos nacen una vez y luego van al cielo o al infierno eternos, y los budistas nacen repetidamente? Ferrer dice que la realidad es co-creada por los humanos y “el Misterio”, pero sus múltiples realidades parecen muy hechas por los humanos, disminuyendo lo divino en su poder, gloria e independencia de nosotros.

Incluso los perennialistas no se ponen de acuerdo en una versión de la filosofía perenne

Es útil aquí traer a colación un argumento expuesto por el filósofo estadounidense David Bentley Hart en La experiencia de Dios (2013). Se trata de un libro sorprendentemente perennialista para un teólogo ortodoxo oriental (acredita la Filosofía Perenne de Huxley como inspiración). Hart sostiene que los críticos del teísmo confunden los dioses con Dios. El multiverso espiritual puede estar lleno de muchos poderes y dioses diferentes con los que podemos conectar y manifestarnos de distintas formas. Pero no son últimos, sino seres o poderes temporales, como el resto de nosotros. Dios, por el contrario, es el Ser mismo, la esencia eterna incondicionada de la que deriva la existencia y de la que dependen todos los universos.

El Ser puede adoptar muchas formas, según nuestro estado de ánimo y nuestras expectativas culturales, y puede jugar con esas expectativas. Pero sigue siendo Uno, lo Incondicionado, que podemos encontrar no sólo a través de experiencias místicas, sino también mediante la deducción lógica a partir de los extraños hechos del Ser y de la conciencia.

Sin embargo, existe un acuerdo entre el Ser y la conciencia.

Aún así, el acuerdo entre todas las religiones sólo es posible sobre principios abstractos tan elevados, que, como escribe el teólogo inglés Keith Ward en Religion in the Modern World (2019), son “demasiado vagos para ser la base de un compromiso religioso real”. Ni siquiera los perennialistas se ponen de acuerdo en una versión de la filosofía perenne. El propio Huxley cambió durante su vida, pasando de un perennialismo más austero influenciado por el Vedanta a un perennialismo Mahayana/Tántrico más relajado y que aceptaba el cuerpo.

Ward sugiere un camino a seguir, en un mundo de confesiones religiosas en competencia, que se mueve entre el exclusivismo intolerante y el relativismo del todo vale. Podría llamarse inclusivismo comprensivo (término mío, no de Ward). Este punto de vista sugiere que es bueno tener una comunidad espiritual con la que practicar y un camino espiritual con el que comprometerse, de lo contrario acabas chapoteando en las aguas poco profundas, sin llegar realmente a ninguna parte. Es inevitable que pienses que algunos caminos son mejores que otros, y eso te llevará a juzgar las elecciones de algunas personas: yo soy intolerante con los sacrificios humanos, por ejemplo. Es probable que pienses que tu camino es mejor que otros. Si no, ¿por qué seguirlo?

Sin embargo, cualquier persona culta o curiosa no puede evitar fijarse en las interesantes similitudes entre las técnicas espirituales de distintas tradiciones: a mí me sorprenden las similitudes entre el estoicismo y el budismo, por ejemplo. Podemos aprender de otros caminos y viajeros a lo largo de nuestro camino, y reconocer la sabiduría (quizá la sabiduría divina) en otras tradiciones. Podemos encontrarnos con practicantes de otros credos en amistad, como el Dalai Lama se encuentra con su amigo Desmond Tutu.

Crucialmente, siempre podemos recordar que Dios/la realidad última es mayor que cualquiera de nuestras religiones, que la comprensión humana es limitada y propensa al error y al pecado (en particular, a los pecados de exceso de certeza, arrogancia e intolerancia), y que probablemente todos nos sorprenderemos por el camino. Desde este punto de vista, el diálogo interreligioso no es sólo una bonita actividad extraescolar, sino una parte esencial de nuestro viaje más allá de nuestros prejuicios, hacia la verdad.

No todo el mundo aceptará este tipo de inclusivismo. Algunos insistirán en una elección tajante entre Jesús o el infierno, el Corán o el infierno. En cierto modo, el exclusivismo exagerado es una estrategia de marketing mucho mejor que el inclusivismo comprensivo. Pero si sólo una parte de la población mundial abriera su mente a la sabiduría de otras religiones, sin tener que abandonar su propia fe, el mundo sería un lugar mejor y más pacífico. Al igual que Aldous Huxley, sigo creyendo en la posibilidad de una creciente convergencia espiritual entre distintas religiones y filosofías, aunque ahora mismo la marea parezca ir en sentido contrario.

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Jules Evans

Es investigador honorario del Centro de Historia de las Emociones de la Universidad Queen Mary de Londres. Es coeditor, con Tim Read, del libro Breaking Open: Finding a Way Through Spiritual Emergency (2020).

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