¿Por qué los humanos tienen números: son culturales o innatos?

¿De dónde procede nuestro sentido numérico? ¿Es una capacidad neuronal con la que nacemos o es un producto de nuestra cultura?

¿Por qué podemos contar hasta 152? Vale, la mayoría de nosotros no necesitamos detenernos ahí, pero esa es mi opinión. Contar hasta 152, y mucho más, nos sale tan naturalmente que es difícil no considerar nuestra capacidad para navegar indefinidamente por la línea numérica como algo innato, incorporado en nosotros.

Los científicos llevan mucho tiempo afirmando que nuestra habilidad con los números ha evolucionado biológicamente, que podemos contar porque contar era algo útil para nuestro cerebro. El cazador-recolector que podía decir qué manada o rebaño de presas era el más grande, o qué árbol contenía más fruta, tenía una ventaja de supervivencia sobre el que no podía. Es más, otros animales muestran una capacidad rudimentaria para distinguir pequeñas cantidades diferentes de cosas: dos plátanos de tres, por ejemplo. Por tanto, es lógico pensar que la habilidad numérica es adaptativa.

¿Pero lo es realmente? Ser capaz de distinguir dos cosas de tres es útil, pero ser capaz de distinguir 152 de 153 debe haber sido bastante menos urgente para nuestros antepasados. En el mundo antiguo, más de 100 ovejas eran demasiadas para un solo pastor, por no hablar de millones o miles de millones.

El científico cognitivo Rafael Núñez, de la Universidad de California en San Diego, no se traga la creencia convencional de que el “número” es una capacidad profunda y evolucionada. Él piensa que es un producto de la cultura, como la escritura y la arquitectura. Algunos estudiosos, quizá la mayoría, defienden la opinión nativista de que los números están dotados biológicamente”, afirma. Pero yo sostengo que, aunque existe una base biológica, el lenguaje y los rasgos culturales son necesarios para el establecimiento del número en sí.

“La idea de un sentido numérico heredado como único elemento constitutivo de la habilidad matemática compleja ha tenido un atractivo inusitado”, dijo el neurocientífico Wim Fias, de la Universidad de Gante (Bélgica). Encaja con el entusiasmo general y la esperanza de esperar soluciones de las explicaciones biológicas”, en particular, al unir “el misterio de la mente y el comportamiento humanos con las promesas que ofrece la investigación genética”. Pero Fias está de acuerdo con Núñez en que las pruebas disponibles -neurocientíficas, cognitivas, antropológicas- no apoyan la idea.

Sin embargo, si Núñez y Fias tienen razón, ¿de dónde procede nuestro sentido del número? Si no nacemos dotados de la capacidad neuronal para contar, ¿cómo aprendemos a hacerlo? ¿Por qué tenemos el concepto de 152?

“Untender el número como cantidad es lo más esencial, lo más básico del conocimiento matemático”, explicó Fias. Sin embargo, los números parecen estar ahí fuera en el mundo, al igual que los átomos y las galaxias; parecen ser cosas preexistentes que sólo esperan ser descubiertas. Los grandes conocimientos de las matemáticas, especialmente en teoría de números, simplemente se descubren como verdaderos (o no). Que 32 + 42 = 52 es una deliciosa propiedad de los propios números, no una invención de Pitágoras.

Pero si los números existen realmente con independencia de los humanos “no es un debate científico, sino filosófico, teológico o ideológico”, afirma Núñez. La afirmación de que, por ejemplo, el cinco es un número primo independientemente de los humanos no se puede probar científicamente. Tales hechos son cuestiones de creencias o de fe, y podemos mantener conversaciones y debates sobre ellos, pero no podemos hacer ciencia con ellos”.

Aún así, parece desconcertante que podamos averiguar estas cosas. La geometría y la aritmética básica eran herramientas útiles para los antiguos constructores y legisladores – “geometría”, después de todo, significa “medir la Tierra”-, pero es difícil ver cómo cumplieron alguna función mientras la cognición humana evolucionaba durante el millón de años anterior o más. Desde luego, no había ninguna necesidad biológica de poder demostrar el último teorema de Fermat, ni siquiera de enunciarlo en primer lugar.

Para explorar cuestiones tan vertiginosas de la teoría numérica, incluso los matemáticos más dotados tienen que empezar en el mismo lugar que el resto de nosotros: aprendiendo a contar hasta 10. Para ello, necesitamos saber qué son los números. Una vez que sabemos que el símbolo abstracto “cinco” equivale al número de dedos de nuestra mano, y que éste es uno más que el “cuatro” que equivale al número de patas de un perro, ya tenemos los fundamentos de la aritmética.

La capacidad de discriminar entre los números y el número de patas de un perro.

La capacidad de discriminar entre distintas cantidades se produce muy rápidamente en el desarrollo de un niño, antes incluso de que tengamos palabras para expresarlo. Un bebé de apenas tres o cuatro días puede demostrar con sus respuestas que puede discernir la diferencia entre dos objetos y tres, y hacia los cuatro meses los bebés pueden comprender que el número de objetos que se obtiene agrupando uno de ellos con otro es el mismo que dos de ellos. Tienen un sentido de la operación elemental que más tarde aprenderán a expresar como la fórmula aritmética 1+1=2.

Nuestra capacidad para el tenis no significa que hayamos evolucionado para jugarlo, ni que tengamos un módulo de tenis en el cerebro

Monos, chimpancés, delfines y perros pueden igualmente decir cuál de dos grupos de alimentos tiene más, si los números son inferiores a 10. Incluso las palomas “pueden ser entrenadas para presionar una cierta cantidad de veces una palanca para obtener comida”, afirma Fias.

Tales observaciones dieron pie a lo que durante mucho tiempo ha sido la opinión predominante de que los humanos nacemos con un sentido innato del número, afirma el neurocientífico cognitivo Daniel Ansari, de la Universidad de Western Ontario, en Londres (Canadá). Las pruebas neurocientíficas parecen ofrecer un fuerte apoyo a esa opinión. Por ejemplo, Ansari afirma: “Los estudios con recién nacidos y lactantes demuestran que, si les muestras ocho puntos repetidamente y luego los cambias a 16 puntos, las zonas de la corteza parietal derecha del cerebro responden a un cambio en la numerosidad. Esta respuesta es muy similar en los adultos”. Algunos investigadores han llegado a la conclusión de que nacemos con un “módulo numérico” en el cerebro: un sustrato neural que sustenta el aprendizaje posterior del sistema simbólico de nuestra cultura para representar y manipular los números.

No tan rápido.

No tan rápido, responde Núñez. El hecho de que un comportamiento parezca derivar de una capacidad innata no significa que el comportamiento sea en sí innato. Jugar al tenis hace un uso exquisito de nuestra dotación evolutiva (exceptuando la compañía actual). Podemos coordinar nuestros ojos y músculos no sólo para establecer el contacto entre la pelota y la raqueta, sino también para golpear la pelota en la esquina opuesta a la de nuestro oponente. Y lo que es más impresionante, podemos leer la trayectoria de una pelota, a veces a una velocidad fantástica, de modo que nuestra raqueta esté precisamente donde va a estar la pelota cuando nos alcance. Pero esta capacidad no significa que nuestros primeros antepasados evolucionaran para jugar al tenis, ni que tengamos una especie de módulo de tenis en el cerebro. Las condiciones previas biológicamente evolucionadas que hacen posible una actividad X, ya sean los números o el snowboard, no son necesariamente los “rudimentos de X””, explica Núñez.

La capacidad numérica es algo más que ser capaz de distinguir dos objetos de tres, aunque dependa de esa capacidad. Todavía no se ha descubierto ningún animal no humano capaz de distinguir 152 objetos de 153. Los chimpancés no pueden hacerlo, por mucho que se les entrene, y sin embargo muchos niños pueden decir, incluso a los cinco años, que los dos números difieren de la misma manera que los números 2 y 3, igualmente abstractos: es decir, en 1.

Lo que parece innato es la diferencia entre dos números y tres.

Lo que parece innato y compartido entre los humanos y otros animales no es este sentido de que las diferencias entre 2 y 3 y entre 152 y 153 son equivalentes (noción central del concepto de número), sino, más bien, una distinción basada en la diferencia relativa, que se refiere a la ratio de las dos cantidades. Parece que nunca perdemos esa base instintiva de comparación.

A pesar de la abundante experiencia con los números a lo largo de la vida, y de la formación formal en números y matemáticas en la escuela, la capacidad de discriminar números sigue dependiendo de la razón

dijo Fias.

Lo que esto significa, según Núñez, es que la capacidad natural del cerebro no está relacionada con el número, sino con el concepto más crudo de cantidad. ‘Un pollito que discrimina un estímulo visual que tiene lo que (algunos) humanos designan como “un punto” de otro con “tres puntos” es un comportamiento biológicamente dotado que implica cantidad pero no número’, dijo. No necesita símbolos, lenguaje ni cultura.

“Gran parte de la opinión “nativista” de que el número está dotado biológicamente”, añadió Núñez, “se basa en no distinguir al menos estos dos tipos de fenómenos relacionados con la cantidad”. La discriminación perceptiva aproximada de estímulos que difieren en “numerosidad” o cantidad, observada en los bebés y en otros animales, es lo que él denomina cognición cuántica. La capacidad de comparar 152 y 153 elementos, por el contrario, es cognición numérica. La cognición cuantitativa no puede escalar hasta la cognición numérica sólo a través de la evolución biológica, afirmó Núñez.

Aunque los investigadores suelen suponer que la cognición numérica es inherente a los humanos, Núñez señala que no todas las culturas la muestran. Muchas culturas prealfabetizadas que no tienen tradición de escritura ni educación institucional, incluidas las sociedades indígenas de Australia, Sudamérica y África, carecen de palabras específicas para los números mayores que cinco o seis, aproximadamente. Los números más grandes se designan con palabras genéricas equivalentes a “varios” o “muchos”. Estas culturas “tienen la capacidad de discriminar la cantidad, pero es aproximada y no exacta, a diferencia de los números”, afirma Núñez.

Sin embargo, esa falta de especificidad no significa que la cantidad deje de distinguirse de forma significativa más allá del límite de las palabras numéricas específicas. Si dos niños tienen “muchas” naranjas, pero la niña tiene evidentemente muchas más que el niño, podría decirse que la niña tiene, en efecto, “muchas muchas” o “realmente muchas”. En la lengua de los Munduruku del Amazonas, por ejemplo, adesu indica “varios”, mientras que ade implica “muchos”. Estas culturas viven con lo que a nosotros nos parece imprecisión: realmente no importa si, cuando se reparten las naranjas, una persona se queda con 152 y la otra con 153. Y, francamente, si no estuviéramos tan obsesionados con los números, realmente no importaría. Entonces, ¿para qué molestarse en tener palabras que los distingan?

Algunos investigadores han argumentado que la forma por defecto en que los humanos cuantifican las cosas no es aritméticamente -uno más, luego otro-, sino logarítmicamente. La escala logarítmica se estira para los números pequeños y se comprime para los más grandes, de modo que la diferencia entre dos cosas y tres puede parecer tan significativa como la diferencia entre 200 y 300 de ellas.


Las escalas aritmética y logarítmica para números hasta 16. Cuanto más subes en la escala aritmética, más se comprime la escala logarítmica.

En 2008, el neurocientífico cognitivo Stanislas Dehaene, del Collège de France de París, y sus colaboradores comunicaron evidencias de que el sistema Munduruku de contabilización de cantidades corresponde a una división logarítmica de la recta numérica. En unas pruebas informatizadas, presentaron a un grupo tribal de 33 adultos y niños Munduruku un diagrama análogo a la recta numérica que se utiliza habitualmente para enseñar a los niños de primaria, aunque sin ninguna marca numérica real a lo largo de ella. La línea sólo tenía un círculo en un extremo y 10 círculos en el otro. Se pidió a los sujetos que indicaran en qué parte de la línea debían colocarse agrupaciones de hasta 10 círculos.

Mientras que los adultos y niños occidentales suelen indicar números espaciados uniformemente (distribuidos aritméticamente), los Munduruku tendían a elegir un espaciado que disminuía gradualmente a medida que aumentaba el número de círculos, de forma similar a lo que ocurre con los números abstractos en una escala logarítmica. Dehaene y sus colegas creen que para que los niños aprendan a espaciar aritméticamente los números, tienen que superar sus intuiciones innatamente logarítmicas sobre la cantidad.

Quizá las culturas industrializadas son raras, con su pedante distinción entre 1.000.002 y 1.000.003

Atribuir más peso a la diferencia entre números pequeños que entre números grandes tiene mucho sentido en el mundo real, y encaja con lo que dice Fias sobre juzgar por relaciones de diferencia. Una diferencia entre familias de dos y tres personas tiene una importancia comparable en un hogar a la que tiene una diferencia entre 200 y 300 personas en una tribu, mientras que la distinción entre tribus de 152 y 153 es insignificante.

Es fácil leer esto como una forma “primitiva” de razonar, pero la antropología hace tiempo que disipó ese prejuicio condescendiente. Al fin y al cabo, algunas culturas con pocas palabras numéricas pueden hacer distinciones lingüísticas mucho más finas que las que hacemos nosotros para, por ejemplo, los olores o las jerarquías familiares. Desarrollas palabras y conceptos para lo que realmente importa a tu sociedad. Desde un punto de vista práctico, se podría argumentar que en realidad es el grupo algo homogéneo de las culturas industrializadas el que parece extraño, con su pedante distinción entre 1.000.002 y 1.000.003.

Sin embargo, no está claro si los Munduruku asignan realmente las cantidades a una división casi logarítmica del “espacio numérico”. Es una forma bastante precisa de describir una amplia tendencia a hacer más distinciones entre números pequeños que entre números grandes. Núñez se muestra escéptico ante la afirmación de Dehaene de que todos los humanos conceptualizan en absoluto una recta numérica abstracta. Afirma que la variabilidad del lugar en el que los Munduruku (especialmente los adultos sin educación, que son el grupo más relevante para las cuestiones de innatez frente a cultura) colocaban las cantidades pequeñas en la recta numérica era demasiado grande para apoyar la conclusión sobre cómo pensaban en la colocación de los números. Algunos sujetos de la prueba ni siquiera clasificaron de forma coherente el orden progresivo de los equivalentes de 1, 2 y 3 en las líneas que se les dieron.

“Algunos individuos tendían a colocar los números en los extremos del segmento de línea, sin tener en cuenta la distancia entre ellos”, dijo Núñez. ‘Esto viola principios básicos de cómo funciona en absoluto el mapeo de la recta numérica, independientemente de si es logarítmica o aritmética.’

B Aprovechando las pistas de la antropología, la neurociencia puede ofrecernos detalles adicionales sobre el origen de la discriminación cuantitativa. Los estudios de imagen cerebral han revelado una región del cerebro infantil implicada en esta tarea: distinguir dos puntos de tres, por ejemplo. Esta capacidad parece realmente innata, y los investigadores que defienden una base biológica del número han afirmado que los niños reclutan estos recursos neuronales cuando empiezan a aprender el sistema simbólico de números de su cultura. Aunque nadie puede distinguir visualmente 152 de 153 puntos espaciados al azar (es decir, sin contarlos), el argumento es que el aparato cognitivo básico para hacerlo es el mismo que el que se utiliza para distinguir 2 de 3.

Sin embargo, esta atractiva idea no parece ser innata.

Pero esa atractiva historia no concuerda con las últimas pruebas, según Ansari. Sorprendentemente, cuando se analizan en profundidad los patrones de activación cerebral, tanto nosotros como otros investigadores encontramos bastantes pruebas que sugieren una gran diferencia entre la forma en que nuestros cerebros procesan los números no simbólicos, como las matrices de puntos, y los números simbólicos”, afirma. No parecen estar correlacionados entre sí. Esto pone en tela de juicio la idea de que los mecanismos cerebrales para procesar los símbolos numéricos inventados culturalmente se corresponden con el sistema numérico no simbólico. Creo que estos sistemas no están tan estrechamente relacionados como pensábamos.’

En todo caso, las pruebas parecen sugerir ahora que la relación causa-efecto funciona en sentido contrario: “Cuando aprendes símbolos, empiezas a realizar estas tareas de discriminación de puntos de forma diferente.

Esta imagen tiene un sentido intuitivo, argumenta Ansari, si tenemos en cuenta lo mucho que tienen que esforzarse los niños para comprender los números en lugar de las cantidades. Una cosa con la que siempre he luchado es que, por un lado, tenemos pruebas de que los bebés pueden discriminar cantidades, pero, por otro, los niños tardan entre dos y tres años en aprender la relación entre las palabras numéricas y las cantidades”, afirma. Si pensáramos que existe una base innata muy sólida sobre la que simplemente se traza el sistema simbólico, ¿por qué debería haber una trayectoria de desarrollo tan prolongada y tanta práctica e instrucción explícita necesarias para ello?

Pero la aparente desconexión entre los dos tipos de pensamiento simbólico plantea su propio misterio: ¿cómo podemos comprender el número si sólo disponemos de la maquinaria cognitiva para la noción más burda de cantidad? Este enigma es una de las razones por las que algunos investigadores no pueden aceptar la afirmación de Núñez de que el concepto de número es un rasgo cultural, aunque se base en disposiciones innatas. El cerebro, un órgano biológico con un esquema de cableado definido genéticamente, está predispuesto a adquirir un sistema numérico”, afirma el neurobiólogo Andreas Nieder, de la Universidad de Tubinga (Alemania). La cultura sólo puede dar forma a nuestra facultad numérica dentro de los límites de las capacidades del cerebro. Sin esta predisposición, los símbolos numéricos quedarían [para siempre] fuera de nuestro alcance.’

Si eres intrínsecamente bueno para evaluar los números visualmente, serás bueno en matemáticas

“Para mí, éste es el mayor reto en este campo: ¿de dónde proceden los significados de los símbolos numéricos? se pregunta Ansari. ‘Realmente creo que un sistema difuso para grandes cantidades no va a ser el mejor coto de caza para una solución.’

Piensa que quizá no nos basemos en una simple correspondencia entre símbolos y cantidades, sino en un sentido de las relaciones entre los números, es decir, en una noción de reglas aritméticas más que en un sentido de ordenación cardinal (línea numérica). Incluso cuando los niños comprenden el principio de cardinalidad -una correspondencia entre símbolos numéricos y cantidades- no entienden necesariamente que si añades uno más, llegas al siguiente número más alto”, dice Ansari. ‘Hacer despegar la idea del número resulta ser extremadamente complejo, y aún estamos arañando la superficie en nuestra comprensión de cómo funciona’.’

El debate sobre el origen de los números es muy amplio.

El debate sobre el origen de nuestro sentido numérico puede parecer bastante abstracto, pero tiene consecuencias prácticas tangibles. En particular, las creencias sobre el papel relativo de la biología y la cultura pueden influir en las actitudes hacia la educación matemática.

La opinión nativista de que el sentido numérico es biológico parecía respaldada por un estudio de 2008 realizado por investigadores de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, que demostró que la capacidad de los sujetos de 14 años para discriminar de un vistazo entre cantidades numéricas exactas (como el número de puntos de una imagen) estaba correlacionada con sus puntuaciones en los exámenes de matemáticas desde el jardín de infancia. En otras palabras, si eres intrínsecamente bueno evaluando números visualmente, serás bueno en matemáticas. Los resultados se utilizaron para desarrollar herramientas educativas como Panamath para evaluar y mejorar la capacidad matemática.

Pero Fias dice que tales pruebas de discriminación supuestamente innata entre números de cosas no son tan sólidas como podrían parecer. Es imposible separar los efectos del número de puntos de factores como su densidad, cobertura areal y brillo. Los investigadores saben, desde los estudios del gurú del desarrollo infantil Jean Piaget en los años 60, que los niños pequeños no juzgan instintivamente el número independientemente de las características visuales en conflicto. Por ejemplo, dirán que una fila de canicas muy espaciadas contiene más que una fila densamente espaciada (y por tanto más corta) con el mismo número. Además, muchos estudios demuestran que la habilidad aritmética está más estrechamente vinculada al aprendizaje y comprensión de símbolos numéricos (1, 2, 3…) que a la capacidad de discriminar visualmente los números de los objetos.

A pesar de que los educadores (y los propios investigadores) desean respuestas firmes, lo cierto es que el debate sobre el origen de la cognición numérica sigue muy abierto. Nieder sigue convencido de que “nuestra facultad para el número simbólico, por mucho que sea más elaborada que la capacidad no simbólica de los animales, forma parte de nuestra herencia biológica”. Considera que la afirmación de Núñez de que los propios números son invenciones culturales “está fuera del alcance de la investigación experimental y, por tanto, es irrelevante desde un punto de vista científico”. Y cree que se necesita una base neurobiológica de la numerosidad para comprender por qué algunas personas padecen discalculia, es decir, una incapacidad del cerebro para tratar con los números.

Sólo con una base neurobiológica de la facultad numérica podemos esperar encontrar terapias educativas y médicas

para estos casos.

Pero si Núñez tiene razón en que el concepto de número es una elaboración cultural de un sentido biológico mucho más burdo de la cantidad, eso plantea nuevas e intrigantes preguntas sobre las matemáticas en el cerebro. ¿Cómo y por qué decidimos empezar a contar? ¿Empezó cuando pudimos nombrar números, quizás? El lenguaje en sí mismo puede ser una condición necesaria para el número, pero no suficiente”, afirma Núñez. Todas las culturas humanas conocidas tienen lenguaje, pero no todas tienen cuantificación exacta en forma de número.

“Cómo y cuándo se produjo la transición del pensamiento cuantitativo al numérico es difícil de desentrañar”, dijo Andrea Bender, científica cognitiva de la Universidad de Bergen (Noruega), “especialmente si se supone que el lenguaje desempeñó un papel fundamental en este proceso, porque ni siquiera sabemos cuándo surgió el lenguaje”. Toda la investigación en psicología del desarrollo parece indicar que es necesario tener cultura antes de poder comprender los conceptos numéricos’. Algunos arqueólogos remontan el pensamiento numérico a la era paleolítica, hace unas decenas de miles de años, dijo Bender, basándose en restos materiales como huesos con muescas o plantillas de dedos, “pero esto es especulativo hasta cierto punto”.

La era digital ha hecho que lo binario parezca perfectamente lógico: lo que funciona mejor depende de lo que quieras hacer

Para complicar aún más las cosas, cuando las distintas culturas desarrollaron el concepto de número, se les ocurrieron distintas soluciones sobre cómo contar mejor. Aunque muchas lenguas occidentales cuentan en base 10 -probablemente guiadas por el número de dígitos de nuestras manos-, suelen tener un lenguaje arraigado en un calendario de base 12, de modo que sólo a partir del 13 (“tres-diez”) las palabras numéricas se vuelven compuestas. El chino fue más lógico y coherente desde el principio, denotando 11 en caracteres como “diez-uno” y continuando esa estructura lógica en órdenes superiores, siendo 21 “dos-diez-uno” y así sucesivamente. Algunos investigadores han afirmado que esta relativa transparencia lingüística explica la impresionante capacidad numérica de China (aunque la dificultad de la escritura actúa en sentido contrario para la alfabetización).

O podríamos haber adoptado un sistema numérico totalmente distinto. Por ejemplo, los habitantes de la pequeña isla de Mangareva, en la Polinesia Francesa. Bender y sus colaboradores descubrieron que los mangarevanos utilizan un sistema de recuento que es una mezcla del conocido sistema decimal y otro equivalente al binario. Esto podría haber parecido una elección peculiar antes de la era digital, que ha hecho que el binario parezca, bueno, perfectamente lógico. Pero qué sistema numérico funciona mejor depende de lo que quieras hacer con los números, dice Bender.

Para determinadas operaciones aritméticas relacionadas con la distribución de alimentos y provisiones en la sociedad de Mangarevan, el binario puede ser más sencillo de utilizar. En este contexto, al menos, es una buena solución a un problema cultural. Mangarevan y las culturas polinesias relacionadas parecen ser grandes ejemplos de invención de sistemas de recuento porque eran más eficaces para las tareas que se realizaban”, dijo Bender.

Considera que sus descubrimientos respaldan la afirmación de Núñez de que, aunque los humanos tienen condiciones biológicas previas evolucionadas para la cognición numérica, “las herramientas que necesitan e inventan son producto de la cultura y, por lo tanto, son diversas”.

Núñez cree que muchos de sus colegas podrían estar demasiado ansiosos por atribuir a la biología y a la evolución ciertas capacidades que también derivan de la cultura, como la música. Muchos animales tienen capacidades para discriminar sonidos, para vocalizar con distintas frecuencias e intensidades, etc.”, afirma. Eso no significa necesariamente que sean “rudimentos de la música”. Las vías vocales son necesarias para el bel canto, pero no evolucionaron para el bel canto”.

Quizás en la raíz de las apasionadas disputas sobre el sentido numérico esté el deseo de valorizar ciertos rasgos y capacidades -no sólo las matemáticas, sino también el arte y la música- dándoles un imprimátur naturalista de biología, como si de otro modo se vieran de algún modo disminuidos. Ciertamente, la ferocidad de los argumentos suscitados por la propuesta del científico cognitivo Steven Pinker de que la música es parásita de capacidades evolucionadas por otros motivos -la denominó “tarta de queso auditiva”- delataba la sensación de que estaba en juego el valor intrínseco de la propia música.

Lo que resulta extraño es que la música se haya convertido en una especie de “tarta de queso auditiva”.

Lo cual es extraño, si lo piensas bien. La idea de que una gran capacidad mental proviene de nuestra cultura -que conjuramos algo más allá de nuestra dotación biológica inmediata, mediante el puro poder del pensamiento- parece más bien ennoblecedora, no despectiva. Quizá deberíamos darnos más crédito a nosotros mismos.

•••

Philip Ball

es un escritor científico británico, cuyos trabajos aparecen en Nature, New Scientist y Prospect, entre otros. Su último libro es El libro de las mentes (2022). Vive en Londres.

Total
0
Shares
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Related Posts