¿Se puede pisar dos veces el mismo río? Wittgenstein contra Heráclito

La realidad no es un juego de lenguaje, o por qué Wittgenstein podía pisar dos veces el mismo río cuando Heráclito no podía

“No soy un hombre religioso”, dijo una vez el filósofo Ludwig Wittgenstein a un amigo, “pero no puedo evitar ver todos los problemas desde un punto de vista religioso”. Estos problemas que afirma ver desde un punto de vista religioso suelen ser cuestiones técnicas de lógica y lenguaje. Wittgenstein se formó como ingeniero antes de dedicarse a la filosofía, y recurre a metáforas mundanas de engranajes, palancas y maquinaria. Donde encuentres la palabra “trascendente” en los escritos de Wittgenstein, es probable que encuentres cerca “malentendido” o “sinsentido”

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Cuando responde a los filósofos que ponen sus miras en misterios más elevados, Wittgenstein puede ser obstinadamente despectivo. Piénsalo: “El hombre que dijo que uno no puede meterse dos veces en el mismo río se equivocaba; uno puede meterse dos veces en el mismo río”. Con afirmaciones tan rotundas, Wittgenstein parece menos un pensador religioso que un literalista estirado. Pero un examen atento de esta observación puede mostrarnos no sólo lo que Wittgenstein entiende por “punto de vista religioso”, sino también revelarnos a Wittgenstein como un pensador religioso de sorprendente originalidad.

“El hombre” que hizo la observación sobre los ríos es Heráclito, un filósofo presocrático y posmoderno a la vez, mal citado en los sitios web de la Nueva Era y citado fuera de contexto por todo el mundo, ya que todo lo que tenemos de su corpus son fragmentos aislados. ¿Qué es lo que Heráclito cree que no podemos hacer? Evidentemente, yo puedo hacer un pequeño movimiento de entrada y salida con el pie en la orilla de un río. Pero ¿es el mismo río de un momento a otro -el agua que fluye sobre mi pie se derrama hacia el océano mientras nuevas aguas se unen al río en su nacimiento- y soy yo la misma persona?

Una lectura de Heráclito le hace transmitir un mensaje místico. Usamos esta palabra, río, para hablar de algo que está en constante flujo, lo que podría llevarnos a pensar que las cosas son más fijas de lo que son, es más, a pensar que existen cosas estables. Nuestro lenguaje ligado a los sustantivos no puede captar el flujo incesante de la existencia. Heráclito está diciendo que el lenguaje es una herramienta inadecuada para delimitar la realidad.

Lo que Wittgenstein encuentra intrigante en muchos de nuestros pronunciamientos filosóficos es que, aunque parecen profundamente importantes, no está claro en qué afectan a nada. Imagina a Heráclito pasando una tarde junto al río (o el flujo constantemente cambiante de momentos fluviales, si lo prefieres) con su amigo Parménides, que dice que el cambio es imposible. Puede que discutan acaloradamente sobre si el llamado río es muchos o uno, pero después ambos pueden darse un baño, tomar una bebida refrescante o ponerse unos vadeadores para pescar con mosca. Ninguna de estas actividades se ve alterada en lo más mínimo por los compromisos metafísicos de los contendientes.

Wittgenstein cree que podemos entender mejor estas disputas comparando lo que dice la gente con las jugadas de un juego. Del mismo modo que cada movimiento en una partida de ajedrez altera el estado de la partida, cada movimiento en una conversación altera el estado de la partida en lo que él llama el juego del lenguaje. El objetivo de hablar, como el de mover una pieza de ajedrez, es hacer algo. Pero una jugada sólo cuenta como esa jugada en esa partida siempre que haya una cierta puesta en escena. Para que una partida de ajedrez tenga sentido, tienes que ser capaz de distinguir los caballos de los alfiles, saber cómo se mueven las distintas piezas, etc. Colocar las piezas en el tablero al principio de la partida no es una secuencia de movimientos. Es algo que hacemos para que el juego sea posible en primer lugar.

Una de las formas en que el lenguaje nos confunde, en opinión de Wittgenstein, es que las actividades de establecimiento de reglas y de colocación se producen en el mismo medio que las jugadas reales del juego lingüístico, es decir, en palabras. Tanto “El río se está desbordando” como “La palabra río es un sustantivo” son frases inglesas gramaticalmente correctas, pero sólo la primera es una jugada en un juego lingüístico. La segunda enuncia una regla de uso del lenguaje: es como decir “El alfil se mueve en diagonal”, y no es más una jugada en un juego de lenguaje que una demostración de cómo se mueve el alfil en ajedrez.

En lo que discrepan Heráclito y Parménides, quiere hacernos ver Wittgenstein, no es en un hecho sobre el río, sino en las reglas para hablar del río. Heráclito recomienda un nuevo juego de lenguaje: uno en el que la regla para usar la palabra río nos prohíba decir que nos hemos metido dos veces en el mismo, igual que las reglas de nuestro propio juego de lenguaje nos prohíben decir que el mismo momento ocurrió en dos momentos distintos. No hay nada malo en proponer reglas alternativas, siempre que tengas claro que eso es lo que estás haciendo. Si dices: “El rey se mueve igual que la reina”, o bien estás diciendo algo falso sobre nuestro juego de ajedrez, o bien estás proponiendo una versión alternativa del juego, que puede resultar buena o no. El problema de Heráclito es que se imagina que está hablando de ríos y no de reglas y, en ese caso, simplemente se equivoca. El error que cometemos tan a menudo en filosofía, según Wittgenstein, es que pensamos que estamos haciendo una cosa cuando en realidad estamos haciendo otra.

Pero si descartamos la idea de que estamos haciendo una cosa cuando en realidad estamos haciendo otra.

Pero si descartamos la observación sobre los ríos como un error ingenuo, no aprendemos nada de ella. En cierto sentido, no se puede tener demasiado cuidado al tratar los errores filosóficos, pues contienen mucha verdad”, advierte Wittgenstein. Puede que Heráclito y Parménides no hagan nada diferente como resultado de sus diferencias metafísicas, pero esas diferencias denotan actitudes profundamente distintas hacia todo lo que hacen. Esa actitud puede ser profunda o superficial, audaz o timorata, agradecida o malhumorada, pero no es verdadera ni falsa. Del mismo modo, las reglas de un juego no son correctas o incorrectas -son la medida con la que determinamos si las jugadas dentro del juego son correctas o incorrectas-, pero qué juegos crees que merece la pena jugar, y cómo te relacionas con las reglas mientras los juegas, dice mucho sobre ti.

¿Qué nos inclina, pues, a nosotros -y a Heráclito- a considerar esta expresión de una actitud como un hecho metafísico? Recordemos que Heráclito quiere reformar nuestros juegos de lenguaje porque cree que tergiversan la forma en que son realmente las cosas. Pero piensa en lo que tendrías que hacer para evaluar si nuestros juegos lingüísticos son más o menos adecuados a una realidad última. Tendrías que comparar dos cosas: nuestro juego de lenguaje y la realidad que pretende representar. En otras palabras, tendrías que comparar la realidad tal como nos la representamos con la realidad libre de toda representación. Pero eso no tiene sentido: ¿cómo puedes representarte a ti mismo cómo son las cosas libres de toda representación?

El hecho de que nos sintamos tentados a suponer que podemos hacerlo pone de manifiesto un anhelo profundamente humano de salir de nuestra propia piel. Podemos sentirnos atrapados por nuestra existencia corporal y limitada en el tiempo. Hay una especie de impulso religioso que busca la liberación de estos límites: pretende trascender nuestro yo finito y entrar en contacto con el infinito. El impulso religioso de Wittgenstein nos empuja en la dirección opuesta: no intenta satisfacer nuestra aspiración a la trascendencia, sino despojarnos por completo de esa aspiración. La liberación que ofrece no es una liberación de nuestro yo limitado, sino para nuestro yo limitado.

La observación de Wittgenstein sobre Heráclito procede de un mecanografiado de principios de los años treinta, cuando Wittgenstein empezaba a elaborar la filosofía madura que se publicaría póstumamente como Investigaciones filosóficas (1953). Parte de lo que hace especial esa obra tardía es la forma en que el Wittgenstein que ve todos los problemas desde un punto de vista religioso se funde con el ingeniero de mentalidad práctica. Para Wittgenstein, las especulaciones metafísicas son como engranajes que se han soltado del mecanismo del lenguaje y giran sin control. Wittgenstein, el ingeniero, quiere que el mecanismo funcione correctamente. Y aquí es precisamente donde reside la perspicacia espiritual: nuestro objetivo, bien entendido, no es la trascendencia, sino una inmanencia plenamente investida. A este respecto, ofrece un enfoque peculiarmente técnico de una aspiración que encuentra expresión en los místicos, desde Meister Eckhart hasta los patriarcas zen: no ascender a un estado de perfección, sino reconocer que donde estás, ya, en este momento, es toda la perfección que necesitas.

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David Egan

Ha enseñado en varias instituciones de Canadá, Estados Unidos y el Reino Unido. También imparte clases de filosofía online para el público en general. Es autor de La búsqueda de una filosofía auténtica: Wittgenstein, Heidegger y lo cotidiano (2019). Actualmente trabaja en un libro sobre animales.

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