Cómo los juegos de lenguaje wittgensteinianos pueden liberarnos

Wittgenstein analizó la forma en que utilizamos el lenguaje. Marcuse declaró que su obra era políticamente irrelevante. ¿Lo es?

Vivimos nuestras vidas en medio de un mundo de lenguaje, en el que utilizamos palabras para hacer cosas. Normalmente no nos damos cuenta de ello; simplemente seguimos adelante. Pero la forma en que utilizamos el lenguaje afecta a cómo vivimos y a lo que podemos ser. Estamos como hechizados por las prácticas del decir que constituyen nuestra forma de actuar en el mundo. Si queremos cambiar cómo son las cosas, tenemos que cambiar la forma en que utilizamos las palabras. Pero, ¿pueden los juegos lingüísticos liberarnos?

Fue el filósofo inconformista Ludwig Wittgenstein quien acuñó el término “juego de lenguaje”. Sostenía que las palabras adquieren significado por su uso, y quería ver cómo su uso estaba ligado a las prácticas sociales de las que forman parte. Así que utilizó el término “juego lingüístico” para llamar la atención no sólo sobre el propio lenguaje, sino también sobre las acciones en las que se entreteje. Considera las exclamaciones “¡Socorro!” “¡Fuego!” “¡No! Éstas hacen algo con las palabras: solicitar, advertir, prohibir. Pero Wittgenstein quería exponer cómo “las palabras son actos”, que hacemos algo cada vez que utilizamos una palabra. Además, lo que hacemos, lo hacemos en un mundo con otros.

No se trataba de una palabrería fácil. Wittgenstein pretendía poner de manifiesto cómo el “hablar” del lenguaje forma parte de una actividad, o forma de vida. En Investigaciones filosóficas (1953), utilizó el ejemplo de dos albañiles. Un albañil llama “¡Ladrillo!” y su ayudante lo trae. ¿Qué ocurre aquí? El ayudante que responde no es como un perro que reacciona a una orden. Somos humanos, los que convivimos en el lenguaje de la forma particular en que lo hacemos, una forma que implica prácticas sociales distintivas.

Con este enfoque de los juegos de lenguaje, Wittgenstein pide a los lectores que intenten ver lo que están haciendo. Pero si estamos embelesados por nuestras prácticas lingüísticas, ¿podemos siquiera ver lo que estamos haciendo? Los intentos de Wittgenstein por ver se toparon con la acusación de que nos impedía ver otra cosa, percibir nuevas posibilidades: sus obsesiones lingüísticas eran una distracción de la política real. El principal acusador fue Herbert Marcuse, que en su superproducción El hombre unidimensional (1964) declaró que la obra de Wittgenstein era reductora y limitadora. No podía ser liberadora, ya que al centrarse en cómo utilizamos las palabras se pierde lo que realmente ocurre.

Estas objeciones son serias. ¿Pero tienen éxito?

Marcuse afirma que Wittgenstein es reduccionista, que sólo ve el lenguaje, y además mal. Wittgenstein se esfuerza por sacar a la luz los juegos del lenguaje: Marcuse dice que esto es estúpido. ¿Lo es? Sí y no. En Cultura y valor (1977), Wittgenstein admite: “Cuánto me cuesta ver lo que tengo delante de los ojos”. Con demasiada frecuencia, dice, pasamos por alto lo evidente. Lo que está cerca es lo más difícil de ver por lo que es. Cuando utilizamos las palabras, participamos de las comprensiones y los pormenores cotidianos. Wittgenstein se fija en estos usos cotidianos y los comenta.

Una observación que Marcuse ridiculiza es el ejemplo de Wittgenstein: “Mi escoba está en el rincón…” Marcuse es muy mordaz al respecto, y denuncia “la reducción casi masoquista del discurso a lo humilde y común”. Pero, en medio de la fanfarronería, Marcuse yerra el blanco. El ejemplo mundano es adecuado dadas las prácticas cotidianas en cuestión. Además, si te fijas bien, incluso una afirmación tan banal no es exactamente lo que parece. Hay muchos otros ejemplos de Wittgenstein que Marcuse ignora, por ejemplo sobre la lectura o el aroma del café.

Este ejemplo tan mundano de Wittgenstein no es lo que parece.

Esta estupidez demasiado humana está profundamente arraigada. Wittgenstein llama la atención sobre el modo en que, mediante nuestros juegos lingüísticos cotidianos, nos atrapamos a nosotros mismos. Por eso examina detenidamente lo que hace y dice. Considera que el trabajo filosófico es terapéutico, en el sentido de “un trabajo sobre uno mismo”. Y hay un intenso autoescrutinio en Investigaciones filosóficas. Es bastante notable, pues cuestiona la forma en que utilizamos el lenguaje para hacer cosas mundanas como decir la hora, hacer cuentas o esperar que alguien venga. No es algo a lo que estemos acostumbrados. Podemos resistirnos y no querer ver las cosas como son. ¿Es esto “masoquista”? Es un sometimiento de uno mismo al autoescrutinio, pero seguramente sólo es doloroso o humillante para los que pueden perder si descubren que, después de todo, no son tan listos. Así pues, si queremos cambiar, primero debemos afrontar el imperativo de “ser estúpidos” y saber que lo somos. Marcuse podría haber acogido esto con satisfacción, pues entiende que es en las prácticas cotidianas donde estamos sometidos sin darnos cuenta: “la magia, la brujería y la entrega extática se practican en la rutina diaria del hogar, la tienda y la oficina”. En resumen, la dama protesta demasiado.

¿Le va mejor a Marcuse en su segunda objeción? Se trata de la afirmación de que Wittgenstein nos encierra, nos atrapa aún más dentro del lenguaje. Marcuse dice que la visión del lenguaje de Wittgenstein es unidimensional. Pero esto no lo confirma la lectura del libro de Wittgenstein, donde encontramos una visión del lenguaje como irreductiblemente multidimensional. Wittgenstein muestra minuciosamente cómo la base de lo que utilizamos como lenguaje la proporcionan las pautas cambiantes de la actividad comunitaria. El lenguaje es contingente y provisional, por lo que los juegos lingüísticos no pueden sino estar abiertos al cambio, de muchas maneras. Una de ellas surge de reconocer que podemos elegir ver algo como esto o como aquello. Uno de los pasajes más famosos de Wittgenstein se refiere a esta imagen-puzzle:

figura.

Mira la imagen y podrás verlo como un pato. Vuelve a mirar y lo verás como un conejo. Como los humanos jugamos a juegos de lenguaje, podemos darnos cuenta de lo que ocurre cuando vemos las cosas como esto o como aquello. Un ejemplo contemporáneo es la controversia sobre los actos con oradores exclusivamente masculinos. Puedes mirar la alineación y decir “un panel de expertos”, o puedes decir “manel”. Pero, ¿es sólo un manel si decides verlo así? Estos ejemplos nos invitan a cuestionar lo que damos por supuesto en los usos cotidianos del lenguaje. Pero Marcuse no menciona el pato-conejo, ni discute sus implicaciones.

Así que el uso del lenguaje admite la contestación y el cambio, en virtud de lo que es. Marcuse, en cambio, lo niega, e incluso dice que los procesos societales cierran el universo del discurso. No obtenemos de él nada parecido a la sugerencia de Wittgenstein de que hay en el propio uso del lenguaje algo recalcitrante a la fijeza.

Los usos del lenguaje admiten la impugnación y el cambio en virtud de lo que son.

De hecho, la postura de Wittgenstein es bastante más radical de lo que Marcuse se preocupa de advertir. Dice que ‘algo nuevo (espontáneo, “específico”) es siempre un juego de lenguaje’. Esta observación críptica podría sugerir que necesitamos jugar a juegos de lenguaje de forma diferente si queremos cambiar algo. ¿Qué hay de esta perspectiva? En particular, según Wittgenstein, no jugamos solos a los juegos de lenguaje. Surgen a través de los usos comunitarios del lenguaje. Un juego es el polari, el lenguaje secreto que utilizaban los homosexuales en la época de Wittgenstein. Los juegos de lenguaje, con sus seductoras trampas, plantean un problema de acción colectiva. No podemos librarnos de ellos si actuamos solos. Pero esto plantea otra cuestión, dado lo profundamente atrapados que estamos. Wittgenstein se anticipó a ella:

[E]ste lenguaje creció como lo hizo porque los seres humanos tenían -y tienen- la tendencia a pensar de este modo. Así pues, sólo se puede conseguir sacar a las personas que viven en una rebelión instintiva contra el lenguaje; no se puede ayudar a aquellos cuyo instinto completo es vivir en la manada que ha creado este lenguaje como su propio modo de expresión.

Los rebeldes viven en un estado de insatisfacción con el lenguaje. Sienten su alienación, aislados de los demás y de sí mismos dentro del lenguaje. Sin embargo, los satisfechos no tienen problemas, y los humanos tienden a pensar así. La lectura de Wittgenstein nos lleva a estas cuestiones.

Por tanto, las objeciones de Marcuse son infundadas. No logra demostrar que el asombroso escrutinio de Wittgenstein sobre los juegos de lenguaje sea inútilmente estúpido o esclavizante. De hecho, sus esfuerzos sólo aumentan la consideración de la relevancia de Wittgenstein en la oscuridad de estos tiempos.

Utilizar el lenguaje es parte integrante de la condición humana. Vivimos dentro del lenguaje, pero nuestra forma de vida es algo que nos cuesta ver. Wittgenstein no ofrece respuestas inmediatas a este problema. De hecho, mientras exista el lenguaje, éste nos embrujará, nos enfrentaremos a la tentación de malinterpretar. Y no existe ninguna posición ventajosa fuera de él. Por tanto, no podemos escapar de los juegos lingüísticos, pero podemos forjar una especie de libertad dentro de ellos. Puede que primero tengamos que “ser estúpidos” si queremos ver esto.

•••

Sandy Grant

Es filósofa y profesora de la Universidad de Cambridge. Recientemente se convirtió en la primera filósofa en actuar en el Festival Latitude, y escribe regularmente para Quartz.

Total
0
Shares
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Related Posts