Sobre el Rubor de la Modestia

Sobre el Rubor de la Modestia
Sobre el Rubor de la Modestia

Tu amigo y yo tuvimos una conversación. Es una persona de hábil; sus primeras palabras mostrar su espíritu, capacidad de entendimiento, y el progreso que ha logrado.

Me dio una muestra de su potencial y no fallará al responder. Habló sin premeditación, sino de forma inesperada. Cuando intento recuperar la compostura; el rubor de sus cara parecía venir de lo más profundo.

Siento que este habito de ruborizarse se quedará con el aún incluso después de que haya logrado fortalecer su carácter, sea libre de sus fallas y sea una persona sabia. Ninguna falla del cuerpo puede ser eliminada por la sabiduría. Aquello que con lo que se nace puede entrenarse, pero nunca eliminado.

Incluso el mejor orador, solía en algún momento sudar antes de hablar en público; algunos les tiemblan las piernas; conozco personas que los dientes se destrozan, la lengua le falla o labios tiemblan.

El entrenamiento y la experiencia ayudan a controlar estos hábitos, pero la naturaleza se presenta en estas debilidades incluso entre los más fuertes.

El rubor, también, es uno de estos hábitos, esparciéndose de pronto entre los rostros de los hombres más dignificados. Se hace más presente entre los jóvenes, porque tienen sangre más tibia y expresiones faciales más sensibles; sin embargo, los hombres con experiencia y edad también se ven afectados.

Algunos hombres son más peligrosos cuando se enrojecen, como si dejaran todo su sentido común y vergüenza escapar.

Cuando el General Sila, se encontraba en su momento de mayor furia cuando se enrojecía.
El Consul Pompeyo tenia las expresiones más sensibles; siempre se sonrojaba ante una congregación, especialmente si tenia que hablar en público.
Recuerdo que Fabiano, se sonrojaba cuando se presentaba al senado, a tal grado que se avergonzaba
Este hábito no es debido a una debilidad mental o de carácter, sino a la novedad de la situación; una persona sin experiencia no está necesariamente confundida, sino afectada, pues cae al habito natural del cuerpo.

Así como algunos son de sangre estable, otros son de sangre móvil se acelera hacia sus rostros en la primera oportunidad.

Como mencioné, la Sabiduría no puede combatir este hábito; si pudiera librarnos de todas las nuestras fallas sería la amante de todo el universo. Las características que se nos otorgaron al nacer se quedarán con nosotros, sin importar cuanto intentemos dominarlas. No podemos prohibirlas así como no podemos evitar convocarlas.

Hay actores en el teatro que pueden imitar emociones, que muestran miedo y nerviosismo. Imitan sufrimiento y se achican al agachar la cabeza, bajar la voz y mantener la vista clavada al piso. Sin embargo el rubor no puede ser prevenido ni adquirido.

La sabiduría no nos dará ningún remedio, no nos ayudara contra el; llega sin ser llamado y se responde sólo a si mismo.

Pero mi carta pide ser terminada.

Escucha esta frase y tómala a consideración:

“Aprecia a una persona de buen carácter, manténle incluso frente a ti, viviendo como si te observara, y ordena todos tus actos como si le pertenecieran”
Este, mi querido Lucilio, es el consejo de Epicuro, que nos ha dado un guardian y tendedero apropiado. Podemos librarnos de la mayoría de los pecados, si tenemos un testigo que este a nuestro lado cuando corremos el riesgo de actuar mal.

El alma debe de tener alguien a quien pueda respetar, — alguien cuya autoridad pueda hacer su santuario interno más amplio. Feliz es la persona que puede ayudar a otras a ser mejores, no sólo cuando están en su compañía, pero incluso cuando está en sus pensamientos.

Y feliz es la persona que puede admirar a otra, tanto como para calmarse o regularse a si misma cuando le piensa. Una persona que puede admirar a otra, pronto será digna de ser admirada.

Elige entonces a Catón, o si te parece muy un modelo muy severo, elige a Lelio, de espíritu más gentil. Elige un maestro cuya vida, conversación y alma te satisfagan. Imagina que está siempre a tu lado como protector y modelo a seguir.

En verdad necesitamos de alguien con quien podamos regular nuestro carácter; no podemos enderezar algo si no tenemos una regla para guiarnos.

Hasta pronto.

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