6. Arte Egipcio

Un rio en la oscuridad
Un rio en la oscuridad

La pintura del Antiguo Egipto fue eminentemente simbólica, funeraria y religiosa. La técnica pictórica de los egipcios fue un precedente de la pintura al fresco o témpera, ya que hacían de los pigmentos naturales, extraídos de tierras de diferentes colores, una pasta de color, que mezclaban con clara de huevo y disolvían con agua para poder aplicarlo sobre los muros, revestidos con una capa de tendido “seco” de yeso.

Con un pie en la tumba: el arte del antiguo Egipto

Las enormes pirámides y la mirada pétrea de la Gran Esfinge han asombrado a la humanidad durante miles de años. El antiguo historiador griego Herodoto escribió: “No existe país alguno que posea tantas maravillas ni tal número de obras que desafían toda descripción”. Los próceres romanos Julio César y Marco Antonio quedaron tan impresionados por la cultura y la riqueza de Egipto que se vieron empujados a casarse con el territorio (en forma de Cleopatra), primero, y a gobernarlo, después. El misterio del antiguo Egipto sigue cautivando al hombre moderno. Sin embargo, actualmente la mayor atracción de Egipto no son las pirámides ni Cleopatra, sino las momias, la magia y el arte funerario.

Las momias y los rituales mágicos de resurrección pintados en las paredes de los sepulcros y sarcófagos han inspirado conjuros de brujas, historias cortas, películas y documentales, y han influido en historiadores, arqueólogos e incluso la industria de la moda. Se han rodado más de noventa películas de momias desde que se inventó el cine, desde un corto francés de 1899 sobre la momia de Cleopatra hasta el conocido largometraje La momia, filmado en Hollywood en 1999, y La maldición de la tumba de Tutankamon, un producto para la televisión creado en 2006.


Momias, medicina y magia

Las momias han estimulado la imaginación de la gente desde al menos la Edad Media, cuando se pensaba que tenían poderes curativos. Los médicos del siglo XII recetaban polvo de momia (hecho con cadáveres pulverizados) para curar heridas y hematomas, y la gente continuó tomándolo para la gastritis hasta el año 1500 aproximadamente. Incluso en el siglo XVII, las brujas (como las que aparecen en Macbeth, la inmortal obra de Shakespeare) utilizaban momias para predecir el futuro.


Introducción al antiguo Egipto

El descubrimiento de la tumba del rey Tutankamón en 1922 saltó a la primera plana de los periódicos y desencadenó una auténtica fiebre por la moda egipcia. Las mujeres olvidaron su aprensión a los bichos y empezaron a llevar joyas con forma de escarabajo, blusas con estampados jeroglíficos y hasta bolsos con forma de pirámide dorada y esfinge.

Napoléon fue el detonante de esta fascinación global por Egipto en 1798, cuando dirigió la primera gran expedición científica en aquella región a la vez que intentaba conquistar Egipto y Siria. La egiptología (el estudio del antiguo Egipto) ha sido casi una ciencia de culto desde entonces.

En el siglo III a.C., un sacerdote egipcio llamado Manetón catalogó a los antiguos gobernantes de Egipto en 31 dinastías (una dinastía es una sucesión de gobernantes que pertenecen a una misma familia). Los historiadores de hoy en día continúan utilizando esa lista, que comienza en torno al 3100 a.C. con la unificación del Alto y el Bajo Egipto y termina en el 332 a.C. con la conquista de Egipto por Alejandro Magno. Las dinastías 4 a 20 se dividen en tres imperios (Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo), cada uno con sus particularidades, más dos períodos intermedios. Para referirse a todo lo ocurrido entre el Neolítico y la primera dinastía se utiliza el adjetivo predinástico (ver la tabla 6-1).

Periodos Históricos del Antiguo Egipto
Periodos Históricos del Antiguo Egipto

El río Nilo era el cordón umbilical del antiguo Egipto. Sin él, la civilización más longeva de la historia no habría sobrevivido. Herodoto dijo que Egipto era “un don del Nilo”. Tenía razón. Las crecidas estivales del río fertilizan la tierra circundante, que de otro modo sería desértica. La mayoría de las ciudades y los sepulcros egipcios abrazan las orillas del Nilo como niños a la vera de su madre. Si te alejas demasiado del río, acabas en el desierto como Moisés.

Los antiguos egipcios creían que las crecidas del Nilo, que ocurren durante la parte más cálida y seca del verano, eran un regalo de los dioses porque no parecían estar causadas por la meteorología. La lluvia que las provoca cae a cientos de kilómetros de distancia, en un afluente llamado Nilo Azul que discurre por Etiopía. Pero antes de que llegaran las apps de meteorología para el móvil, las crecidas de Egipto parecían milagrosas.

La Paleta de Narmer y la unificación de Egipto

Durante el período predinástico, las tribus del Alto y el Bajo Egipto fueron creando gradualmente dos naciones separadas que se unieron en torno al año 3100 a.C., posiblemente por voluntad de Narmer, el primer faraón de la primera dinastía.

La Paleta de Narmer es una obra de arte de dos caras. En el anverso, Narmer lleva la corona blanca del Alto Egipto (ver la figura 6-1), mientras que en el reverso lleva la corona roja del Bajo Egipto (ver la figura 6-2). El artista representó a Narmer al menos dos veces más grande que las personas de alrededor para poner de manifiesto su superioridad y carácter divino. En el antiguo Egipto, los faraones se consideraban dioses (en una pirámide se encontró la siguiente inscripción: “El tiempo de vida del faraón es la duración infinita; su límite es la eternidad”).


Momificación

Los egipcios crecían que el ka (espíritu) regresaba al cuerpo en el sepulcro y por eso se esmeraban tanto en conservar los cadáveres a través de la momificación. El proceso consta básicamente de tres pasos:

  1. Extraer los órganos y conservar los más importantes en unos vasos a tal efecto.
  2. Desecar el cuerpo (porque la humedad causa putrefacción).
  3. Envolver el cuerpo con varias capas de vendas de lino.

Los sacerdotes embalsamadores extraían los órganos a través de una incisión practicada en el vientre, secaban el cuerpo durante 70 días con natrón (bicarbonato sódico y sal) y luego lo vendaban.

A menudo ponían incienso, joyas y hierbas entre las capas de vendas o las prendas que vestía la momia.


La Paleta de Narmer relata una victoria del rey Narmer sobre sus enemigos. Aquí vemos al faraón golpeando a uno de esos enemigos
La Paleta de Narmer relata una victoria del rey Narmer sobre sus enemigos. Aquí vemos al faraón golpeando a uno de esos enemigos

Los faraones posteriores a la unificación normalmente llevaban una doble corona que combinaba la corona blanca del Alto Egipto y la corona roja del Bajo Egipto. Los símbolos del Bajo Egipto son el papiro, que crece en abundancia en el delta del Nilo, y la cobra. Los del Alto Egipto son el loto y el buitre.

Aunque resulte contraintuitivo, el Alto Egipto está situado más abajo en el mapa que el Bajo Egipto; es decir, el Alto Egipto se encuentra al sur geográfico del Bajo Egipto. ¿Por qué esto es así? A diferencia del Tigris y el Éufrates, el Nilo va de sur a norte, siguiendo un curso descendente desde su origen en el lago Victoria hasta su desembocadura en el mar Mediterráneo.

La Paleta de Narmer, datada en torno al año 3100 a.C. y descubierta en Hieracómpolis, antigua capital del Alto Egipto, es quizás el documento histórico más antiguo del mundo. Se parece a las pequeñas paletas utilizadas por los egipcios para moler los pigmentos que se aplicaban en los ojos, pero es demasiado grande para que se hubiera utilizado con ese fin. Los relieves de ambas caras de esta paleta de esquisto verde (de 64 centímetros de altura) cuentan la historia de la unificación del Alto y el Bajo Egipto en franjas horizontales, más o menos como una tira cómica. Hay incluso un poco de texto (los bocadillos de los cómics) en lenguaje jeroglífico. Aunque no sabemos leer todo lo que pone en la paleta, sí podemos interpretarla en gran parte.

El jeroglífico correspondiente al nombre de Narmer (un siluro y un cincel) aparece en la parte superior de ambas caras. No cabe duda de que Narmer, el hombre alto de la paleta, es el principal personaje de la historia. En la franja superior, el jeroglífico de Narmer está delimitado por sendas cabezas de vaca. Hathor, la diosa vaca, generalmente se considera la madre de los faraones. Poner el nombre de Narmer entre dos imágenes de Hathor indica su origen divino.

En una cara (ver la figura 6-1), el faraón golpea a un enemigo arrodillado frente a él. La víctima se parece a los dos hombres desnudos que vemos abatidos en la franja inferior. Según parece, los han golpeado y ahora son comida para los gusanos.

Cuando Moisés se encuentra con Dios en el Antiguo Testamento, lo primero que Dios le manda es que se descalce (en Éxodo 3, 5 dice: “Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás es tierra santa”). Aquí también vemos a Narmer descalzo. Un sirviente situado detrás de él le lleva las sandalias. ¿Hay alguna relación? ¿Por qué Narmer tiene que quitarse las sandalias para golpear a alguien? Quizá sea porque asesinar a un enemigo derrotado se consideraba un ritual religioso, ya que el divino faraón siempre tenía razón (la gente siempre encuentra formas de justificar sus brutalidades). Asimismo, como Moisés, el faraón está acompañado por un dios (en este caso Horus, el dios halcón que lo sobrevuela).

Horus, el dios de la guerra y la luz, se representa a veces como un hombre con cabeza de halcón, y otras veces simplemente como un halcón. Aquí lo vemos como un halcón con una garra y un brazo humano, sacándole el cerebro a un enemigo sobre unas plantas de papiro (en el proceso de momificación, el embalsamador extraía el cerebro de la persona muerta a través de la nariz, que es lo que parece estar haciendo Horus con la cabeza). El hecho de que el halcón se encuentre sobre unas plantas de papiro, el símbolo del Bajo Egipto, indica que el Bajo Egipto ha sido sometido. Asimismo, Horus y el faraón siguen la misma línea de acción, lo cual indica que los actos de Narmer están en armonía con los actos de los dioses.

En el reverso de la Paleta de Narmer (ver la figura 6-2), Narmer, identificado por su tamaño y por el jeroglífico de su nombre junto a su cabeza, vuelve a estar descalzo. Probablemente esté realizando otro acto religioso, inspeccionando enemigos decapitados a quienes han puesto la cabeza entre las piernas. Por delante de él caminan un sacerdote y cuatro portaestandartes. Sus alturas respectivas son indicativas de su rango.

En la franja siguiente, dos leonas con cabeza de serpiente se miran cara a cara. Sus cuellos entrelazados y su perfecta simetría podrían aludir a la unificación del Alto y el Bajo Egipto, y a la igualdad de ambas mitades de Egipto. Observa que dos de los hombres del faraón sujetan a las leonas, lo cual implica que los dos Egiptos tienen que ser gobernados por una mano fuerte, la de Narmer.

En la franja inferior, un toro (posiblemente el Toro Apis, que era un dios) arremete contra los enemigos de Egipto y derriba una fortaleza con sus cuernos. Los toros se utilizaban a menudo para representar el poder del faraón.

Ambas caras de la paleta muestran la fuerza y la unidad de Egipto bajo el mandato divino de Narmer.

El estilo egipcio

Aunque es una obra muy temprana, la Paleta de Narmer (ver el apartado anterior) es representativa de todo el arte egipcio posterior. Una vez establecido, el estilo egipcio apenas experimentó ningún cambio. Si te fijas, una parte del cuerpo del faraón está de perfil, mientras que otra parte se representa con vista frontal. En todos los relieves y pinturas creados a lo largo de 3.000 años de arte egipcio, el faraón siempre aparece en esta misma postura. Las piernas del faraón siempre están de perfil, con el pie izquierdo frente al derecho. El pecho y los hombros están en vista frontal, y la cabeza está de perfil (salvo el ojo derecho, que está de frente y se dibuja en toda su longitud).

Los artistas egipcios eran ultraconservadores, probablemente porque el arte tenía una finalidad sobre todo religiosa, y la religión egipcia no cambió demasiado, al menos hasta el reinado de Akenatón, durante el Imperio Nuevo (ver el apartado “El arte del Imperio Nuevo” más adelante, en este mismo capítulo). Todos los artistas siguieron un canon de proporciones para representar la figura humana, utilizando una cuadrícula de 18 subdivisiones. La unidad de subdivisión podía ser la longitud del pie o el puño de la persona. Las rodillas, el ombligo, los codos y los hombros debían representarse separados de los pies por un número determinado de subdivisiones. Esa es la razón de que los reyes egipcios sean todos tan parecidos. El faraón se consideraba perfecto e inmutable, como un dios; de ahí que sus proporciones permanecieran invariables en las obras de arte, con independencia de las dimensiones reales del rey. Únicamente las personas de menor rango podían representarse en posturas más realistas y naturales, como los hombres que sujetan a las leonas en la Paleta de Narmer, que aparecen enteramente de perfil (salvo los ojos).

Los artistas utilizaron el mismo canon de proporciones para esculpir estatuas, solo que la figura se representaba totalmente de frente. Además, la pierna izquierda de la estatua está adelantada, más en hombres que en mujeres (cuanta más testosterona, más largo es el paso), como en las estatuas del rey Micerino y su reina, de la cuarta dinastía. A pesar de sus rostros hieráticos, destaca la intimidad y armonía escultural de la pareja. Da la impresión de que realmente estaban hechos el uno para el otro. El rey Micerino y su reina, que parecen tan eternos como las pirámides, representan la estabilidad del Imperio Antiguo.

La arquitectura del Imperio Antiguo

Los faraones del Imperio Antiguo gobernaron Egipto como dioses en la Tierra. Su poder y sus recursos económicos debieron de parecer ilimitados (valgan como muestra las Grandes Pirámides y la magnífica Esfinge de Guiza, que tiene cuerpo de león y la cabeza de Kefrén, el cuarto faraón de la cuarta dinastía). Incluso después de cuatro milenios y medio de tormentas de arena, la majestuosa esfinge de veinte metros de altura continúa contemplando el mundo con mirada desafiante (aunque tiene los ojos erosionados).

El tamaño de las pirámides fue aumentando de manera gradual. Empezaron con pequeñas mastabas, que crecieron con el prestigio de los faraones durante la primera y segunda dinastías. Una mastaba es una edificación funeraria rectangular con puertas y ventanas. Incluía una sala de duelo para recibir visitas de parientes y una cámara sellada para el espíritu del fallecido. La mastaba estaba conectada a un sepulcro subterráneo por medio de un largo foso excavado en la roca.

Durante la tercera dinastía, sobre las mastabas se construyeron escaleras de piedra que se elevaban hasta el cielo, llamadas pirámides escalonadas, a fin de garantizar la permanencia de la construcción y dotar de mayor grandeza a las tumbas de los reyes. La mayor de ellas es la Pirámide Escalonada de Zoser (2667 a.C.-2648 a.C.), el segundo faraón de la tercera dinastía.

Hasta el año 2690 a.C. aproximadamente, los egipcios utilizaban sobre todo ladrillos de adobe, madera y cañas para construir las mastabas y los templos. La primera estructura construida enteramente de piedra fue la Pirámide Escalonada de Zoser, situada en la necrópolis (ciudad de los muertos) de Saqqara, al sur de El Cairo actual.

Para erigir aquella primera estructura de piedra hacía falta una mente innovadora, alguien que tuviera el deseo de romper con la tradición y salirse de la norma (en este caso, las mastabas de adobe). Imhotep, cuyo nombre aparece en la base de una estatua funeraria de Zoser en la Pirámide Escalonada, era justo ese tipo de persona. Es el primer artista y arquitecto que se conoce, y tenía los títulos honoríficos de “tesorero del rey del Bajo Egipto, primero después del rey del Alto Egipto, administrador del Gran Palacio, señor hereditario, sumo sacerdote de Heliópolis, Imhotep el constructor, escultor, hacedor de vasijas de piedra” (¡imagínate poner todo eso en una tarjeta de visita!). Además era un famoso médico y mago (en aquella época, medicina y magia eran una misma cosa). En el período tardío de Egipto, Imhotep se consideraba el dios de la medicina y la sanación, y tenía altares en muchos lugares de Egipto y Nubia (Boris Karloff interpretó a Imhotep en la película de 1932 titulada La momia. Arnold Vosloo lo hizo en La momia, de 1999, y en El regreso de la momia, de 2001).

La Pirámide Escalonada diseñada por Imhotep es similar a un zigurat mesopotámico (ver el capítulo 5). Al parecer, la construcción se creó para que el espíritu del faraón ascendiera a los cielos.

En la cuarta dinastía, la Pirámide Escalonada evolucionó hasta convertirse en la pirámide de cuatro caras que todos conocemos, como las Grandes Pirámides de Guiza.

La mayor y mas antigua de las Grandes Pirámides, terminada en torno al año 2650 a.C., fue erigida por Jufu (también conocido como Keops), quien reinó en Egipto desde el 2589 a.C. hasta el 2566 a.C. aproximadamente. La pirámide de Jufu tardó cerca de veinte años en levantarse; tiene 137 metros de altura y está construida sobre una superficie cuadrada de cinco hectáreas. Originalmente tenía una altura de 146 metros, pero el piramidión de caliza pulida que la coronaba, y que sumó nueve metros a su altura, se ha deteriorado. Las caras de la pirámide son triángulos equiláteros orientados al norte, sur, este y oeste. Están alineadas perfectamente con los puntos cardinales, con una precisión de una décima de grado.

La pirámide forma parte de un gran complejo funerario que incluye dos templos mortuorios, tres pirámides más pequeñas para las esposas de Jufu, otra pirámide pequeña para la madre de Jufu, un camino elevado y mastabas para nobles que tenían relación con el faraón.

La forma de la pirámide simboliza los rayos del sol cuando asoman por un hueco entre las nubes. Como los egipcios pensaban que el faraón fallecido ascendía al cielo cabalgando sobre los rayos del dios sol, la pirámide perfecta quizá se diseñó para facilitar esa ascensión de manera más refinada que la Pirámide Escalonada.


La Piedra de Rosetta

La Piedra de Rosetta, en el Museo Británico.
La Piedra de Rosetta, en el Museo Británico.

El capitán Pierre-François Bouchard, uno de los oficiales de Napoleón, descubrió la Piedra de Rosetta en 1799 en la ciudad portuaria de Rosetta (la actual Rashid). Sobre esta piedra, que data del año 196 a.C., se inscribió un importante decreto en dos lenguas (egipcio y griego) para que todo el mundo lo entendiera, igual que las señales de carretera de Canadá están escritas en francés y en inglés.

Una de las lenguas, el egipcio, aparecía expresada de dos maneras diferentes. La primera de estas dos inscripciones, el lenguaje jeroglífico, era la escritura sagrada utilizada por los sacerdotes egipcios. La otra, llamada escritura demótica, fue la forma de escritura de la gente corriente desde principios del siglo VIII a.C. El griego era la lengua de los extranjeros que dirigían el país.

La clave estaba en encontrar puntos de coincidencia entre las tres inscripciones. Aproximadamente veinte años después de haberse descubierto la Piedra de Rosetta, Thomas Young, un inglés que tenía como afición estudiar el antiguo Egipto, logró relacionar un par de nombres escritos en lenguaje jeroglífico con sus equivalentes en griego. En 1822, Jean-François Champollion, fundador de la egiptología científica, continuó el trabajo de Young, relacionando los símbolos jeroglíficos de los nombres con sonidos fonéticos de una lengua antigua que hablaba Champollion, el copto (el copto es una especie de idioma intermedio entre el griego y el egipcio). Este egiptólogo francés no tardó en descifrar el alfabeto completo. Y el resto es historia del arte.


La segunda pirámide más grande es la de Kefrén, con una altura de 136 metros. Su base ocupa 4,4 hectáreas. Está acompañada por la Gran Esfinge y por un complejo de templos similar al de Jufu.

La pirámide de Micerino, que completa el trío de las Grandes Pirámides, es mucho más pequeña que las otras dos (mide 62 metros aproximadamente).

Aunque los faraones levantaron estas edificaciones hasta el Imperio Nuevo, la edad dorada de la construcción de pirámides terminó con el Imperio Antiguo. Las pirámides del Imperio Medio son mucho menos imponentes.

El faraón pasaba gran parte de su vida preparándose para la muerte. Cada nuevo faraón construía su propia tumba (que se consideraba su morada eterna) lo antes posible (¿Quién podía saber cuándo tendría que mudarse allí?). El sepulcro se llenaba con provisiones que el gobernante necesitaría en su vida de ultratumba, con ropa, artículos de higiene, joyas, camas, taburetes, abanicos, armas y hasta carros incluidos. ¡Tutankamón fue enterrado con cuatro carros de oro! Tras la muerte del faraón, la ingente tarea de gestionar su culto se encomendaba a un pueblo entero.

Durante el Imperio Medio y el Imperio Nuevo, los egipcios ricos y de clase media también se construyeron tumbas muy elaboradas. Tras su muerte, un familiar conocido como “sacerdote funerario” se encargaba de gestionar el culto al difunto y mantenerlo alimentado con una especie de menú para momias que incluía pan, fruta, carne, vino y cerveza. Para mayor seguridad, por si acaso un descendiente dejara de suministrar viandas, en las paredes del sepulcro se pintaban imágenes de alimentos. Estas imágenes, combinadas con los conjuros pronunciados por el espíritu del muerto, harían que la comida se materializara mágicamente sobre la mesa.

La tumba no albergaba únicamente la momia, sino también el Ka (el espíritu o fuerza vital) del fallecido, representado por una estatua situada en la parte sellada de la mastaba. La estatua del Ka era un seguro por si la momia se desintegraba o era robada. Para que su magia funcionara, tenía que parecerse mucho al difunto. De ahí que en muchas de esas estatuas se inscribieran las palabras “talla directa”.

Compara los rasgos faciales tan realistas de las estatuas del Ka a tamaño natural que representan al príncipe Rahotep (hijo del rey Seneferu, fundador de la cuarta dinastía) y a su esposa Nofret, en la figura 6-3, con los rostros genéricos del rey Micerino y su reina en Micerino y su esposa (ver Apéndice). Este realismo no pretendía impresionar a nadie. Cuando el faraón moría, la estatua se enterraba con él y nadie volvía a verla jamás.

Las estatuas del Ka, como las del príncipe Rahotep y su esposa, debían ser realistas para poder desempeñar su función mágica
Las estatuas del Ka, como las del príncipe Rahotep y su esposa, debían ser realistas para poder desempeñar su función mágica

Los egipcios también conservaban y momificaban los órganos internos que el fallecido necesitaría en su vida de ultratumba, por ejemplo el estómago, para digerir las exquisiteces del menú de momia. Los órganos se guardaban en cuatro vasos canopes, cuyas tapas generalmente representaban las cabezas animales de los cuatro hijos de Horus.

El período intermedio y el realismo del Imperio Medio

En el año 2258 a.C., Egipto se fracturó en numerosos estados competidores. Durante este período el pueblo egipcio cambió su visión del más allá. Ahora los príncipes de poca monta y los ricos que los financiaban también podían tener tumbas que les garantizaran un lugar entre las estrellas. En lugar de construir pirámides (que habrían sido demasiado ostentosas), los egipcios adinerados excavaban sus sepulcros en colinas rocosas. Los faraones no tardaron en imitarlos.

El comercio se expandió durante el Imperio Medio, en particular durante la duodécima dinastía, y dio lugar a una clase media que reclamó sus derechos, incluido el de admisión a la vida eterna. La demanda de pinturas para tumbas y sarcófagos se disparó.

Con estas tendencias liberales, las reglas para los artistas se relajaron un poco. Se permitió más naturalismo.

El busto de Sesostris III, un faraón de la duodécima dinastía, pone de manifiesto que el nuevo realismo se aplicó en todos los estamentos. Su mirada cansada y sus rasgos faciales indican que notaba la pesada carga de su gobierno. Sesostris se nos presenta más bien como un hombre, no como un dios.

El arte del Imperio Nuevo

El Imperio Medio terminó cuando los hicsos, un pueblo asiático, conquistaron gran parte del Bajo Egipto en el año 1720 a.C. Aunque los hicsos respetaron las tradiciones egipcias, las artes decayeron durante el período intermedio que comenzó entonces. Este declive terminó en 1567, cuando Amosis I, fundador de la decimoctava dinastía, reunificó Egipto y dio paso al Imperio Nuevo. La expansión hacia Nubia y Libia extendió la influencia del arte egipcio mucho más allá de sus fronteras, a la vez que trajo influencias externas.

Los faraones dejaron de construir pirámides y empezaron a ser enterrados en sepulcros excavados en la roca en el Valle de los Reyes, una necrópolis situada en la orilla oeste del Nilo, frente a Tebas (la actual Luxor). La tendencia al naturalismo continúo durante el Imperio Nuevo, sobre todo durante los reinados de Hatshepsut y Akenatón.

Hatshepsut, faraona de la decimoctava dinastía, reinó entre el 1473 a.C y el 1458 a.C. Fue la consorte de su hermanastro Tutmosis II antes de convertirse en regente de su hijastro Tutmosis III y, finalmente, en faraona, tras la muerte de su esposo. Durante los 21 años que duró su reinado, Hatshepsut promovió la paz en lugar de la guerra, encargó proyectos de construcción grandiosos y restauró monumentos destruidos por los hicsos. Terminó las tumbas de su padre (Tutmosis I) y su esposo (Tutmosis II), y construyó un templo funerario todavía más magnífico para ella misma en Deir el-Bahri. Su sepulcro se compone de varias columnatas (filas de columnas) dispuestas en terrazas y dos largas rampas elevadas (una de ellas con esfinges a los lados) que quizá sugirieran su ascenso espiritual tras la muerte. En los extremos de la segunda columnata construyó altares para Anubis, el dios del inframundo, y Hathor. Detrás de la columnata superior estaban los templos dedicados a la propia Hatshepsut y a su padre, así como a Amón, el rey de los dioses, y a Ra, el dios del disco solar (los dos acabarían fusionados en un único dios, Amón-Ra).

Hatshepsut encargó imágenes de ella misma representada como varón, como la esfinge del Museo de Arte Metropolitano de Nueva York. Egipto solo tuvo cuatro reinas en sus 3.000 años de historia, de manera que quizás Hatshepsut necesitara esas imágenes para sobrevivir en un mundo de hombres. Fue enterrada en el Valle de los Reyes.

Akenatón y los valores familiares en Egipto

Amenhotep IV (1352 a.C.-1355 a.C.), faraón de la decimoctava dinastía, proclamó una nueva religión monoteísta en Egipto en torno al dios-sol Atón (una variación del dios-sol Ra).

Amenhotep IV clausuró los templos de los dioses competidores, en particular los de Amón, cuyos sacerdotes eran poderosos e intentaron impedir que la nueva religión arraigara. El faraón cambió su nombre Amenhotep, que significa “Amón está satisfecho”, por el de Akenatón, que significa “útil a Atón” o “agradable a Atón”. Luego trasladó la capital de Tebas, donde el culto de Amón tenía más seguidores, a una nueva localización que llamó Ajetatón (el nombre actual de esa ciudad es Amarna). Los artistas y arquitectos que Akenatón contrató para honrar su nueva religión crearon un nuevo estilo de arte que los historiadores han dado en llamar “estilo de Amarna”.

Akenatón ordenó que se construyeran templos al aire libre para celebrar la luz y el amor del dios-sol en un lugar más natural y abierto. La sinceridad tenía una importancia capital en la nueva religión, así que los artistas debían representar a la gente, incluido el faraón, de manera más veraz (es decir, en situaciones cotidianas, con todos sus defectos). La estatua de Akenatón que hay en el Museo Egipcio de El Cairo, por ejemplo, nos muestra que el faraón tenía barriguita.

Uno de los mejores ejemplos del estilo de Amarna es el retrato familiar de Akenatón, su reina Nefertiti y sus tres hijas pequeñas (ver la figura 6-4). La princesa más joven, todavía una niña, juega con el pendiente de su madre. Akenatón acaricia el cabello de la princesa que tiene en brazos mientras ella señala el ankh (símbolo de la vida) en la punta de un rayo solar. La otra princesa coge la mano de Nefertiti y señala a su padre, lo que contribuye a reforzar el vínculo familiar. La intimidad entre padres e hijos era algo nuevo en el arte egipcio. En este caso, la creencia en un dios parece que fomentó una mayor humanidad.

El retrato familiar de Akenatón acerca la familia real a la tierra a la vez que los relaciona con el dios Atón
El retrato familiar de Akenatón acerca la familia real a la tierra a la vez que los relaciona con el dios Atón

El disco solar (que representa a Atón) extiende sus rayos sobre el rey y sobre la reina, lo cual indica que gobiernan juntos un reino equilibrado bajo un único dios.

Esto es un relieve hundido. A diferencia del relieve elevado, el artista perfila los contornos sobre la roca sin que la imagen sobresalga de su entorno.

El busto pintado de Nefertiti, la reina de Akenatón, es el busto femenino más famoso del arte egipcio. Sus magníficas joyas (típicas del período Amarna) combinan con los colores de la cinta que adorna su tiara. La reina se representa de manera idealizada (paradigma de gracia y elegancia) y a la vez realista. Sus hombros redondeados y la inclinación del cuello resaltan su perfección y humanidad. Su nombre significa “la bella ha llegado”.

Los tesoros del rey Tutankamón

El experimento monoteísta de Akenatón (solo hay un dios, ¡Atón!) no arraigó, sino que murió con él.

Cuando el nuevo faraón Tutankatón (que significa “imagen viva de Atón”) llegó al trono con nueve años de edad, su visir (una especie de primer ministro) Ay, sacerdote de Amón, le obligó a cambiar su nombre por el de Tutankamón, que significa “imagen viva de Amón”. La antigua religión regresaba por sus fueros. Tutankamón volvió a trasladar la corte a Tebas y mandó destruir muchos de los templos exteriores de Akenatón y otras innovaciones. La propia máscara funeraria de Tutankamón, hecha tan solo nueve años después, muestra que gran parte de la formalidad y rigidez de antaño regresaron tras la muerte de Akenatón.

La tumba de Tutankamón fue descubierta intacta por Howard Carter en 1922. Era la única tumba real que no había sido violada por los saqueadores, y un magnífico testimonio de la riqueza y el esplendor de Egipto. Entre los objetos encontrados había cuatro carros de oro, joyas preciosas, un cofre de oro puro, estatuas de oro y ébano, y un largo etcétera. ¡Ahora entiendes por qué robar tumbas era un gran negocio en el antiguo Egipto!

La mujer muerta más bella del mundo

Las paredes de las tumbas no se cubrían simplemente con jeroglíficos. También se adornaban con pinturas muy elaboradas, en algunos casos escenas de la vida cotidiana que los muertos podían observar, aunque no participar en ellas. Las imágenes más comunes eran las de los dioses protegiendo a los difuntos. La tumba más suntuosa que ha llegado hasta nuestros días es la de Nefertari, la esposa favorita de Ramsés II (tuvo una docena de esposas e innumerables concubinas), enterrada en el Valle de los Reyes. Las imágenes de vivos colores muestran a los dioses escoltando a la encantadora Nefertari en su viaje al más allá. En la tumba también se representa un mito de la creación e historias de resurrección.


Momias esclavas

Los faraones también eran enterrados con unas momias esclavas llamadas ushebtis, que eran simplemente estatuillas. Su misión era servir al faraón (por ejemplo haciendo cerveza o pan) para que este llevara una existencia cómoda y agradable en el más allá. Los ushebtis incluso tenían una inscripción: “Si el fallecido es llamado para sus tareas, ¡aquí estoy yo para hacerlas!”.

Asimismo, los faraones del Imperio Nuevo eran enterrados en compañía de soldados, por si acaso se encontraban con enemigos en el más allá (estos ejércitos de momias probablemente fueran la inspiración tras los esqueletos guerreros que aparecen en las películas La momia y El regreso de la momia).


De libros y muertos

En el Imperio Antiguo, las paredes de las pirámides tenían inscritos sortilegios de resurrección, encantamientos, contraseñas y oraciones. Esos textos servían para resucitar a los faraones. Durante el Imperio Nuevo se publicaron sortilegios similares en rollos de papiro llamados Libros de los Muertos, que estaban disponibles para todo el mundo. Cualquiera que supiera leer podía ser resucitado.

Sin embargo, la vuelta a la vida tenía una pequeña pega: los libros no eran baratos, y además tenías que ser buena persona para poder resucitar.

Aunque los Libros de los Muertos se personalizaban para cada propietario, todos incluían una prueba de bondad llamada “pesaje del corazón” (en la figura 6-5 puedes ver el papiro de Hunefer, un escriba que vivió durante la decimoctava dinastía).

Esta escena narrativa del Libro de los Muertos ilustra el ritual del pesaje del corazón, la versión egipcia del Juicio final
Esta escena narrativa del Libro de los Muertos ilustra el ritual del pesaje del corazón, la versión egipcia del Juicio final

Anubis, el dios de cabeza de chacal, acompaña al ka (espíritu) de Hunefer hasta la balanza enjuiciadora. En su mano derecha Anubis sostiene un ankh, símbolo de la vida. Por lo que parece, Hunefer era buena persona. Anubis aparece de nuevo junto a la balanza, esta vez para contrapesar el corazón (que representa la conciencia y la moralidad, en el platillo izquierdo) con la pluma de Maat (símbolo de la verdad y la justicia universal, en el platillo derecho). ¡El corazón tenía que ser muy liviano para no pesar más que una pluma! El dios Tot, con cabeza de ibis, anota el resultado mientras un monstruo llamado Ammit mira expectante. Si el alma del difunto era culpable, Ammit devoraba el corazón. Sin embargo, en esta ocasión Ammit se queda con las ganas. Hunefer pasa a la fase siguiente.

Horus, el dios de cabeza de halcón, conduce el Ka de Hunefer al templo de Osiris para someterlo a una segunda prueba. Para ser admitido en el paraíso, Hunefer tiene que recitar ante Osiris unas oraciones secretas que aprendió de memoria estando vivo (o también pudo mandar que las inscribieran en su sarcófago, si es que no andaba fino de memoria). En el templo de Osiris, Hunefer se encuentra con los cuatro hijos de Horus de pie sobre una flor de loto, símbolo de la resurrección (recuerda: las cabezas de estos hermanos son las que decoran las tapas de los vasos canopes, donde se guardan los órganos del difunto). Maat, la diosa de la verdad, se eleva sobre ellos y garantiza que el corazón de Hunefer es ligero. Detrás de Osiris se encuentra su esposa Isis, la diosa de la vida, y su cuñada Neftis, la diosa de la muerte y las tinieblas.

Una escultura inolvidable

Ramsés II, quien gobernó Egipto durante 67 años y supuestamente engendró 100 hijos, tenía un ego de dimensiones épicas. Este faraón de la decimonovena dinastía (1304 a.C.-1237 a.C.) quería ser recordado para siempre (a lo mejor le preocupaba la mala fama que pudiera darle la Biblia, si es que realmente fue el “faraón” mencionado en el Libro del Éxodo). En cualquier caso, Ramsés erigió monumentos colosales a su persona por todo Egipto, especialmente en Abu Simbel, Karnac y Luxor, los complejos religiosos más próximos a Tebas. La entrada al enorme Templo de Abu Simbel, donde podían adorarle como a un dios, está custodiada por cuatro estatuas suyas de 20 metros de altura. Cerca de sus rodillas hay estatuas más pequeñas que representan a algunos familiares y a Nefertari, su esposa principal.

Ramsés también utilizó el arte como propaganda política. Aunque sus huestes fueron casi aniquiladas y él mismo estuvo a punto de perder la vida en la batalla de Kadesh contra los hititas, erigió un momento conmemorativo donde se proclamaba su gran victoria.

A pesar de ser monumentales, los templos de Ramsés no son siempre grandes obras de arte. La ejecución es tosca en comparación con otros templos anteriores. Puede que Ramsés tuviera prisa y obligara a sus artistas a omitir los detalles para que pudieran pasar a su siguiente proyecto (otro monumento a su persona).

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