9. Arte Islamico, Arte Bizantino y Paleocristiano

Un intercambio espléndido
Un intercambio espléndido

En este capítulo hablo sobre el arte y la arquitectura de tres culturas y dos grandes religiones. Cada cultura desarrolló su propia forma de arte y arquitectura para impulsar su fe, y cada una interpretó a su manera el segundo mandamiento (el que habla de las imágenes grabadas).

El auge de Constantinopla

El año 324 d.C., Constantino el Grande (quien gobernó del 306 al 337) decidió hacer las maletas y trasladar la capital del Imperio romano a Bizancio (la actual Estambul), que pronto se rebautizó en su honor como Constantinopla.

Trasladar la capital de Roma fue una jugada maestra. Bizancio era el centro del mundo conocido, un punto de apoyo sobre el cual Constantino pudo equilibrar las necesidades de Oriente y Occidente. La ciudad guarda el estrecho del Bósforo, donde se juntan las procelosas aguas del mar Negro y el mar de Mármara. Europa y Asia se miran desde ambas orillas, separadas por apenas 750 metros en el punto más angosto. En aquella época, el dinero entraba a espuertas por el estrecho y llenaba los bolsillos de los emprendedores afincados en Constantinopla. Desde aquella nueva capital, Constantino podía controlar todo el comercio y comandar sus ejércitos para defender las dos mitades del Imperio romano de manera mucho más eficiente que en Roma.

La cristianización de Roma

Constantino, el primer emperador cristiano, estableció la libertad de religión en Roma en el año 313 (mediante el Edicto de Milán), con lo que puso fin a la persecución de los cristianos defendida por su predecesor Diocleciano (Constantino se convirtió a la fe cristiana en el año 313, pero no sería bautizado hasta justo antes de morir, veinticuatro años más tarde). Aunque el cristianismo no se convertiría en la religión oficial de Roma hasta el año 380 (a través de un edicto promulgado por Teodosio), Constantino casi logró la unión de Iglesia y Estado, posiblemente para consolidar su propio poder (tras derrotar a todos sus rivales en la lucha por la corona imperial). Después de todo, el cristianismo estaba en pleno auge. Ahora Constantino era el jefe de Estado de manera oficial, y la cabeza de la Iglesia cristiana de manera oficiosa. Fue él quien convocó el Primer Concilio de Nicea (un concilio ecuménico de obispos) en el año 325 para determinar cuál era la relación exacta entre Jesucristo y Dios. Y fue él quien influyó en los 318 obispos del concilio (divididos entre dos posturas, según pensaran que Jesús era inferior o igual a Dios) para que acabaran aceptando de manera casi unánime su opinión: que el Padre y el Hijo son uno. Los dos obispos que no estuvieron de acuerdo fueron excomulgados y exiliados.

Tras la caída: divisiones y cismas

La nueva vida que Constantino insufló al Imperio romano contribuyó a que sobreviviera todo el siglo IV y gran parte del V. Cuando Roma finalmente sucumbió en el año 476, sus tradiciones artísticas se hicieron pedazos. En el Imperio de Oriente, el arte romano clásico se fusionó con estilos orientales para crear el arte bizantino, que tenía un toque imperial y un toque cristiano ortodoxo. En Occidente, los estilos clásicos contribuyeron al surgimiento de un nuevo estilo, el arte paleocristiano. Sin embargo, cuando el arte cristiano occidental apareció, los estilos clásicos entraron en hibernación durante siglos.

Además de la brecha política y cultural, entre Oriente y Occidente había una fuerte división religiosa. La Iglesia cristiana de Oriente y la de Occidente fueron separándose gradualmente tras la caída de Roma. Las diferentes costumbres y creencias religiosas, la falta de comunicación (la Iglesia de Occidente hablaba latín; la de Oriente, griego) y las luchas de poder que venían manteniendo desde hacía siglos los papas y los patriarcas causaron la separación final, llamada Gran Cisma, en el año 1054. Las cruzadas fueron, en parte, un intento del papado de reunir ambas Iglesias. En los siglos XIII y XV, los papas y los patriarcas estuvieron cerca de cerrar esa brecha, pero finalmente no lo lograron. El cisma continúa en la actualidad.

Tras la caída de Roma, el Imperio de Oriente siguió en pie durante otros 1.100 años, salvo la breve época de declive vivida en el siglo XIII (los caballeros de la cuarta cruzada saquearon Constantinopla el año 1204). El imperio tardó 57 años en recuperarse, y luego se sostuvo con dificultad durante dos siglos más, hasta que los turcos otomanos acabaron por conquistarlo en 1453.

El arte paleocristiano en Occidente

Antes de Constantino, y también después, el paganismo y el cristianismo compitieron por los corazones y las mentes de los habitantes del imperio. El mitraísmo (una religión persa que compartía varias creencias con el cristianismo, incluido un salvador, un rito de bautismo, un código moral y un juicio final) fue el principal rival del cristianismo. De hecho, el mitraísmo estaba tan extendido que el emperador Diocleciano (que gobernó entre los años 284 y 305) proclamó al dios Mitra “protector del imperio” a principios del siglo IV, en pleno apogeo de su persecución anticristiana.

La rivalidad religiosa llevó a muchos cristianos a rechazar todo lo que oliera a paganismo, incluidos los estilos artísticos. Por ejemplo, los artistas paleocristianos nunca esculpieron figuras desnudas de bulto redondo a tamaño natural como el Doríforo de Policleto (ver el capítulo 7) y Hermes con el niño Dioniso de Praxíteles (ver el capítulo 7), en parte porque las estatuas mostraban sus vergüenzas y en parte porque eran demasiado realistas. Pensaban que podrían confundirse con lo que representaban. Tras siglos de idolatría, los primeros cristianos no querían sustituir los viejos ídolos por otros nuevos. Por esa razón, el cristianismo suprimió casi todas las esculturas de bulto redondo a tamaño natural durante mil años.

Sin embargo, los cristianos necesitaban imágenes sagradas que les recordaran su fe. Así pues, los artistas paleocristianos se esforzaron por crear un lenguaje visual aceptable con el que difundir sus ideales religiosos. En un primer momento se fijaron en las pinturas y relieves clásicos y adaptaron el vocabulario visual del arte pagano (cosas como el sombreado y la perspectiva) para expresar creencias cristianas. De esos tres primeros siglos, cuando el cristianismo era todavía una religión clandestina, apenas ha sobrevivido nada.

El arte cristiano se inicia en el siglo IV a través de las pinturas de las catacumbas, por ejemplo el mural de las Catacumbas de San Pedro y Marcelino en Roma. Las imágenes son cristianas, pero el aspecto general es romano. Tras siglos de deterioro, cuesta distinguir el trabajo del artista. Gracias a un intenso trabajo de restauración, el mosaico Cristo entronizado con los apóstoles en la Jerusalén Celestial, creado a principios del siglo V en la basílica de Santa Pudenciana de Roma, se encuentra en un magnífico estado de conservación e ilustra todavía mejor la influencia romana de la época (ver la figura 9-1).

El uso de la perspectiva y de las sombras, así como los gestos naturalistas y los pliegues de la ropa, son elementos clásicos típicos. El ilusionismo romano (efecto óptico de profundidad) resulta especialmente sorprendente si tenemos en cuenta que el mosaico se realizó sobre la superficie curva de un ábside. Pero la influencia romana no solo se aprecia en la técnica del artista. La Nueva Jerusalén que se ve detrás de Cristo es una ciudad de estilo romano. Fíjate en los arcos romanos de algunos edificios. Además, Cristo está sentado en un trono como un emperador romano, y los apóstoles que lo flanquean visten togas como los senadores romanos. Observa que cada apóstol tiene unos rasgos característicos. No se trata de meros símbolos, sino de descripciones realistas de esos hombres. Pedro, sentado a la derecha de Jesús, está siendo coronado por una mujer que representa a las personas judías convertidas por él. Pablo, a la derecha, es coronado por una mujer que simboliza a los gentiles (romanos y otros colectivos no judíos) convertidos por él. ¿Qué quiso decir el artista con eso?: Que en la Nueva Jerusalén hay judíos y gentiles.

Cristo entronizado con los apóstoles en la Jerusalén Celestial muestra que el ilusionismo romano continuaba vivo y con buena salud en el arte paleocristiano
Cristo entronizado con los apóstoles en la Jerusalén Celestial muestra que el ilusionismo romano continuaba vivo y con buena salud en el arte paleocristiano

Este mosaico es una de las primeras imágenes donde Cristo aparece con la cruz. Sin embargo, en lugar de estar crucificado, la cruz se representa cubierta de joyas sobre la cabeza de Jesús para simbolizar su gloria celestial.

Esta quizá sea también la primera vez que una obra de arte muestra los símbolos tradicionales de los evangelistas (autores de los Evangelios): san Mateo, un hombre con alas; san Marcos, un león; san Lucas, un buey, y san Juan, un águila. Los seres alados desempeñan un doble papel. Fueron descritos por primera vez en el siglo VI a.C. por Ezequiel, profeta del Antiguo Testamento: “En cuanto a su semblante, presentaban cara humana, pero los cuatro tenían cara de león, a la derecha, cara de toro a la izquierda y los cuatro también cara de águila” (Ezequiel 1, 10). Aquí Ezequiel revela su visión de los asistentes alados de Dios antes de pasar a describir la Nueva Jerusalén en su libro. Por la posición de los seres alados, sabemos que el artista quiso ilustrar la visión de Ezequiel de la Nueva Jerusalén (debido a la superficie curva no podemos ver el águila u hombre con alas en la figura).

El arte bizantino se junta con el esplendor imperial

Cuando se menciona el arte bizantino, generalmente se piensa en iconos pintados, mosaicos esplendorosos y catedrales con varias cúpulas. Este estilo comenzó en el siglo V d.C. en Constantinopla, y nunca ha pasado de moda. Las iglesias ortodoxas de todo el mundo continúan estando adornadas por iconos e iconostasios modernos. En un primer momento, el arte bizantino ensalzaba a la Iglesia y al Estado, pero en la actualidad las iglesias ortodoxas de Oriente (también hay muchas en Occidente) exhiben un arte estrictamente religioso.

La influencia oriental del arte bizantino procedía de Grecia y, en menor medida, de Egipto y Siria, que continuaron formando parte de Bizancio hasta que el Imperio árabe las absorbió en el siglo VII.

En sus once siglos de existencia, Bizancio extendió sus rutilantes tradiciones artísticas por todo el norte de África, los Balcanes, Rusia, Italia, Sicilia, Egipto y Siria. La cultura bizantina también influyó en el arte medieval y renacentista a través del comercio y el contacto con los cruzados de los siglos XI a XIII. En Occidente, las obras bizantinas más destacadas se encuentran en Venecia y Rávena, Italia, y también en Sicilia.
El arte bizantino suele dividirse en tres períodos: primera edad de oro bizantina (siglo V-726), segunda edad de oro bizantina (843-1204) y tercera edad de oro bizantina (1261-1453). La controversia iconoclasta, que separa la primera edad de oro de la segunda, provocó una profunda crisis artística que duró más de cien años, después de que el emperador León III declarara la guerra al arte religioso el año 726 d.C. Iconoclasia significa “ruptura de imágenes”.

Justiniano y la arquitectura de la primera edad de oro bizantina

Justiniano ascendió al trono bizantino en 527, 51 años después de la caída de Roma. En primer lugar se impuso la tarea de recuperar todo el Imperio romano, y la verdad es que estuvo cerca de conseguirlo. Justiniano arrebató el norte de África a los vándalos, Italia a los ostrogodos, y el sureste de España a los visigodos, además de Sicilia, Cerdeña y Córcega. Sin embargo, nunca llegó a hacerse con Francia (la Galia) ni con la Bretaña. Al mismo tiempo, sus ejércitos mantuvieron a raya el Imperio persa en Oriente. Pero sus conquistas fueron efímeras. Lo que sí ha perdurado del reino de Justiniano es su código de leyes (corpus iuris civilis) y las obras artísticas y arquitectónicas que encargaron el emperador y su esposa Teodora.
El Corpus iuris civilis (cuerpo de derecho del ciudadano romano) es una recopilación de todas las leyes romanas promulgadas desde la época del emperador Adriano (quien gobernó desde el año 117 hasta el año 138 d.C.) hasta el final del reino de Justiniano. El código de leyes de Justiniano se convirtió en la base del derecho europeo occidental durante la Edad Media, y también influyó en el derecho de Europa del Este y Rusia.

El mayor logro arquitectónico del reino de Justiniano (entre los años 527 y 565) es Hagia Sophia (la iglesia de la Santa Sabiduría), en Constantinopla. El fuego había destruido dos versiones anteriores de esta basílica, también conocida como Santa Sofía. Justiniano empezó a reconstruirla inmediatamente después del último de estos dos incendios, en el año 532, y la terminó cinco años más tarde. La nueva Hagia Sophia causó sensación y se convirtió en la iglesia más grande construida hasta la fecha. Algunos la han considerado la octava maravilla del mundo.

Justiniano encomendó el diseño del templo a Isidoro de Mileto (profesor de física en Alejandría y experto en bóvedas) y a Antemio de Trailles (ingeniero y portento de la geometría). Para la gente de la época, el resultado debió de parecer magia arquitectónica. El interior despierta una sensación de trascendencia (ver la figura 9-2). Las ventanas, paredes y arcos elevan la mirada y el espíritu hacia la cúpula central, que parece estar flotando sobre una corona de luz formada por 40 huecos de ventana muy juntos. El techo de Hagia Sophia se asemeja a la cúpula celeste. Bajo la corona, dos niveles de ventanas arqueadas contribuyen a que el visitante experimente una especie de elevación, como si ascendiera por una escalera de luz hasta llegar a Dios.

El interior de Hagia Sophia es famoso por su iluminación mística
El interior de Hagia Sophia es famoso por su iluminación mística

La cúpula tiene 56 metros de altura y una base de 102 metros. Para acomodarla sobre lo que parece una endeble hilera de ventanas, los arquitectos tuvieron que reducir su peso, y por eso la construyeron con ladrillos delgados. Además, dos semicúpulas situadas en ambos lados y unos contrafuertes exteriores soportan casi todo el empuje de la cúpula central, es decir, se encargan de sostenerla. Sin embargo, esos apoyos están tan integrados en la estructura global que no parecen estar sosteniendo nada. Tienen una apariencia ornamental, en lugar de funcional. La estructura entera parece trascender la fuerza de la gravedad, lo que transmite la sensación de estar fuera de este mundo.

El mayor desafío de los arquitectos fue resolver un problema de geometría: ¿cómo colocar una cúpula redonda sobre una base cuadrada? La solución fue el uso de pechinas, unas superficies triangulares cóncavas que se proyectan desde el extremo superior de los cuatro pilares (columnas rectangulares).
La construcción geométrica de las pechinas es el resultado de seccionar cuatro superficies semicirculares de una cúpula (como si cogiéramos una cúpula y la atravesáramos con dos túneles perpendiculares). Llamaremos a esa cúpula A. El arquitecto coloca las cuatro pechinas de la cúpula A sobre los cuatro pilares de la base cuadrada. A continuación recorta el casquete de la cúpula A y coloca encima la base circular de la cúpula B, más pequeña. Es decir, para ubicar una cúpula circular sobre un espacio cuadrado, el arquitecto inserta entre ellos una cúpula intermedia que es redonda por arriba y cuadrada por abajo.

Mosaicos: ¿obras de arte o rompecabezas?

Los artistas bizantinos trataron de representar el cielo en sus obras (también exaltaron a sus emperadores con similar idealismo). Para lograr ese objetivo, necesitaban una nueva forma de expresión que sugiriera un esplendor divino e imperial. La solución elegida fue el mosaico mural, posteriormente calificado como “pintura para la eternidad” por el artista renacentista Domenico Ghirlandaio (maestro de Miguel Ángel).

La “pintura” en forma de mosaico no era algo nuevo. Siglos antes, los romanos crearon suelos de mosaico muy elaborados que a menudo parecían pintados (ver el capítulo 8). Como esas “pinturas” servían de pavimento, debían ser de un material duradero. Los artistas romanos eligieron piedras naturales no teñidas para poder reproducir sutiles matices cromáticos mediante los cuales lograron efectos ilusionistas como perspectivas y sombreados, como en el mural Escena de la Nueva Comedia encontrado en Pompeya.

Los suelos de mosaico romanos son preciosos, pero los colores parecen apagados en comparación con los mosaicos bizantinos, casi tan resplandecientes como las guirnaldas navideñas. Para lograr ese efecto brillante, los artistas bizantinos utilizaron vidrios de colores en lugar de piedrecitas. La paleta de colores incluía verdes esmeralda, azules mediterráneos, púrpuras y rojos intensos, dorados esplendentes y teselas de vidrio transparente sobre un fondo dorado o plateado. El vidrio, además, se cortaba con diferentes ángulos para que la luz se reflejase en muchas direcciones. Los mosaicos bizantinos parecen emitir luz, en lugar de reflejarla.

El inconveniente de utilizar vidrios teñidos es que no ofrecen la variedad cromática de las piedras naturales. No es posible crear las gradaciones de color necesarias para las sombras y los efectos ilusionistas. De todos modos, los artistas bizantinos no pretendían ser realistas. Querían que sus mosaicos sugirieran visiones del cielo.

En Constantinopla apenas han sobrevivido mosaicos de la época de Justiniano. Los mosaicos más sublimes de la primera edad de oro bizantina se encuentran en Rávena (Italia) y en Salónica (Grecia). En este apartado me centro en los de Rávena.

San Vital: los mosaicos de Justiniano y Teodora

Los mosaicos murales más espectaculares de Rávena se encuentran en la iglesia de San Vital y en la basílica de San Apolinar el Nuevo de Classe, el puerto histórico de Rávena en la costa adriática (a 10 kilómetros del centro de la ciudad). En este apartado comento los mosaicos de San Vital.
Ecclesio, obispo de Rávena, empezó la construcción de San Vital en el año 527 d.C. Las obras duraron 20 años, y Ecclesio no vivió para ver el resultado final. El obispo Maximiano fue quien la consagró en 528. Ambos obispos aparecen en los mosaicos murales de la iglesia.

Entrar en San Vital es como meterse en un joyero. Estás rodeado de preciosos mosaicos de santos, ángeles, Cristo y los apóstoles y figuras del Antiguo Testamento, como si hubieras llegado al mismo cielo. Las figuras sagradas se entrelazan con rutilantes jardines llenos de pájaros exóticos, flores silvestres, frutas y estrellas.

Jesús aparece en lo alto de la bóveda del presbiterio, vestido con una túnica púrpura y sentado sobre un globo terráqueo azul, entregando una corona a un hombre situado a su derecha, el mártir san Vital. A la izquierda, el obispo Ecclesio ofrece a Jesús una replica del templo, lo cual indica que la iglesia de San Vital está dedicada a Cristo y a san Vital.

A primera vista, el diseño parece simple. La sección transversal de la iglesia se asemeja a una flor de tallo corto plantada en una maceta octogonal. En torno al oratorio circular del centro, cada uno de los pétalos de la flor (exedras) se corresponde con un lado del octógono. El deambulatorio (espacio por donde transitan los fieles) separa el octógono de la corola de pétalos, y el tallo de la flor se prolonga hasta el ábside. En el interior de la iglesia, la fascinante interacción de los distintos espacios revela la genialidad del arquitecto. Los pasajes semiabovedados de dos alturas se encuentran en ángulos a veces sorprendentes, lo cual hace que el espacio parezca mayor de lo que es en realidad.
Las capillas en ambos lados del ábside son una característica típica de las iglesias bizantinas.

Las paredes y bóvedas del presbiterio están totalmente recubiertas por teselas de vidrio de vivos colores. El arco triunfal está adornado por medallones de Cristo y sus apóstoles, y en el centro de la bóveda, justo encima del altar, se encuentra el Cordero de Dios, que alude al sacrificio de Cristo y a la Sagrada Comunión.

Aunque es posible que Justiniano y Teodora nunca llegaran a visitar Rávena, aparecen representados en los mosaicos del ábside como si hubieran asistido a la consagración de la iglesia en 547 (un año antes del fallecimiento de Teodora). Las paredes norte y sur muestran a Justiniano con su séquito (pared norte) y a Teodora con su cortejo (pared sur) participando con el obispo Maximiano en la consagración de la iglesia.

Los integrantes de ambos grupos están alineados y de cara al observador, como si fueran actores en un escenario (ver la figura 9-3).

El mosaico de Teodora: la pared sur del ábside

A pesar de su aspecto plano, los rostros expresan individualidad, en particular el de Teodora y el de las dos mujeres situadas a su izquierda, que quizá sean su mejor amiga Antonia (esposa de Belisario, el mejor general de Justiniano) y su preciosa hija Juana.

El mosaico de Teodora y su cortejo (en la pared sur del ábside de San Vital) ofrece un atisbo de cómo vestía la realeza en aquella época
El mosaico de Teodora y su cortejo (en la pared sur del ábside de San Vital) ofrece un atisbo de cómo vestía la realeza en aquella época

En San Vital, Teodora está representada como igual de Justiniano, como en realidad ocurría. Procopio, el biógrafo imperial, dijo: “Jamás hicieron nada por separado en el transcurso de su vida en común”. En una de sus leyes, Justiniano la llamó “nuestra reverendísima esposa otorgada a nos por Dios”. Ella ayudó a escribir algunas de las leyes, si no la mayoría, e influyó en política más que ninguna otra emperadora mientras el emperador estuvo vivo. Teodora animó a Justiniano a elaborar leyes en beneficio de las personas desfavorecidas y las mujeres, en particular las prostitutas (a algunas de las cuales invitaba con frecuencia a palacio para conversar y tomar té, o lo que bebieran en aquel entonces). Junto con Justiniano, incluso construyó un refugio para las prostitutas de más baja estofa (en realidad era un convento donde se obligaba a las exprostitutas a llevar vida de monjas).

El mosaico de Justiniano: la pared norte del ábside

El mosaico de Justiniano, en el lado opuesto al de Teodora, es menos colorido pero igualmente impresionante. El emperador sostiene una patena de oro (el platillo donde se pone la sagrada forma durante la misa), mientras que Teodora, en la pared opuesta, lleva un cáliz de oro para el vino eucarístico. Esto sugiere que actuaban en comandita, incluso en asuntos de índole espiritual. El emperador está flanqueado por los dos aspectos de su poder: el secular (guardias pretorianos en el extremo izquierdo) y el espiritual (obispos y clérigos a su lado). El obispo Maximiano, quién terminó de construir la iglesia y la consagró, se encuentra a la izquierda de Justiniano. El nombre de Maximiano aparece encima de él, no solo para identificarlo, sino como firma de su obra.

Observa que tanto Justiniano como Teodora se representan con aureolas, lo cual los sitúa al nivel de santos, mártires y apóstoles.

Los mosaicos de la basílica italiana de San Marcos de Venecia (segunda edad de oro bizantina)

Constantinopla también dejó su huella en Venecia, ciudad que dominó en los siglos VIII y IX. La basilica di San Marco (basílica de San Marcos) es bizantina hasta la médula. El primer templo se erigió en 829 para custodiar el cuerpo del apóstol san Marcos. La estructura actual empezó a construirse a mediados del siglo XI.
Tras la caída de Roma, los venecianos eligieron como patrón a san Teodoro, un santo menor para una ciudad menor. Sin embargo, en el siglo IX Venecia estaba en auge y quiso reforzar su prestigio adoptando como patrón un santo famoso. Por esa razón, el año 828 la ciudad envió a dos marineros a Alejandría para que trajeran los huesos de san Marcos Evangelista, el hombre que escribió el Evangelio de San Marcos. Esto dio a Venecia el impulso espiritual necesario para convertirse en una gran ciudad-estado. El año 829 los venecianos empezaron la construcción de una gran iglesia que albergara los restos de san Marcos. El símbolo del santo, el león alado, se convirtió en el símbolo de Venecia.

La iglesia original, con estructura de madera, se quemó durante una revuelta en 976. Las obras de la basílica actual comenzaron en torno a 1063. El diseño de cinco cúpulas se inspira en Hagia Sophia (ver la figura 9-2) y en la iglesia de los Apóstoles de Constantinopla, construida originalmente por Constantino en el siglo IV y reconstruida en el siglo VI, acaso por Teodora.

La basílica tiene planta de cruz griega (una cruz con brazos de igual medida). Tres de las cinco cúpulas se encuentran en un brazo de la cruz y las dos restantes en el otro. Las cúpulas están conectadas entre sí por bóvedas de cañón. Toda la superficie de las bóvedas y las cúpulas está decorada con mosaicos de vidrio y oro.

Nada más entrar, el visitante se topa con los mosaicos de la Creación (1215-1289), 26 episodios del Génesis que incluyen las escenas siguientes:

  • Dios separando la luz de la oscuridad.
  • Dios creando las plantas y luego los animales.
  • Adán y Eva enamorándose uno del otro.
  • Dios expulsando a la pareja de pecadores del jardín del edén.

Los mosaicos muestran muchas de las historias más famosas de la Biblia.

Después de la cúpula del Génesis, situada en el atrio, se entra en la iglesia propiamente dicha, donde se ilustran magistralmente los temas bíblicos del Nuevo Testamento. Estos mosaicos ocupan una superficie de más de 2.400 metros cuadrados y tardaron más de 700 años en terminarse.

La basílica sirvió como capilla personal del dux (el máximo dirigente de la República Veneciana) hasta 1807, cuando pasó a ser el templo de todos.

Iconos e iconoclasia

No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra o en el agua bajo tierra. – Éxodo 20, 4

En el año 726, el emperador León III interpretó literalmente el segundo mandamiento y ordenó la destrucción de todas las imágenes religiosas. Solo permitió los motivos abstractos. Los iconoclastas (literalmente, los “rompedores de imágenes”) asaltaron las iglesias y destruyeron iconos y mosaicos de Cristo, la Virgen María y los santos. Sin embargo, la mayoría de los monasterios no apoyaron aquel edicto (¡los iconos atraían a los peregrinos y a sus donativos!), así que escondieron tantos iconos como les fue posible. Los que veneraban a los iconos se llamaron iconódulos. León ordenó que todo aquel que fuera descubierto en posesión de un icono fuera azotado y, en casos extremos (si lo pillaban escondiendo muchos iconos), cegado o mutilado. Cuando los hijos de León se convirtieron en emperadores, continuaron con esta persecución. Ciento diecisiete años después falleció Teófilo, el último emperador iconoclasta, y fue entonces cuando su esposa Teodora, iconódula, puso fin a la iconoclasia.

La iconoclasia no arraigó en Italia. Los papas se opusieron, y quizás esa sea la razón de que los magníficos mosaicos de San Vital hayan sobrevivido hasta nuestros días cuando en Constantinopla apenas quedan vestigios de las obras de arte creadas en los siglos V, VI y VII.

Un icono pretende ser una ventana al cielo, no una ventana al mundo, y por eso representa las características celestiales de Jesús o María, no su aspecto terrenal. Debido a esto, los iconos no tienen sombreados ni toques de luz. La luz del rostro de un icono nace del interior, como su espiritualidad. Este es uno de los motivos de que los mosaicos tuvieran un papel tan destacado en el arte bizantino: parece que emitan luz, y no dan mucho pie al realismo terrenal.

Si te fijas en los iconos, verás que son todos muy parecidos. Los cristianos ortodoxos creen que san Lucas Evangelista (autor del Evangelio de San Lucas) fue quien pintó las primeras imágenes de Jesús y María, y que los conoció en persona. Así pues, los artistas posteriores se limitaron a hacer copias de aquellas pinturas, con el fin de preservar los rasgos “verdaderos”.

Asimismo, los artistas bizantinos utilizaron el simbolismo, en lugar de la expresión facial, para comunicar la espiritualidad. Pensaban que las expresiones faciales eran demasiado terrenales y que los seres espirituales tienen maneras más sutiles de hablarnos. Los gestos, los objetos de las manos e incluso los colores de la ropa que visten los santos tienen significados simbólicos.

Para que los símbolos comuniquen ideas, todo el mundo debe estar de acuerdo en lo que significan. Por lo tanto, los símbolos deben ser inmutables. Los pintores de iconos siguen fórmulas estrictas que lo controlan todo, desde la forma de la nariz (larga y delgada) hasta los colores de la ropa. Las bocas, las narices y los ojos de los iconos ya no tienen funciones mundanas (comer, oler o mirar) sino funciones espirituales, reflejadas en sus formas estilizadas. Las bocas suelen ser pequeñas y estar cerradas, puesto que los seres celestiales no comen mucho y no tienen costumbre de conversar. Jesús y María generalmente visten de rojo y azul. El rojo representa la divinidad y el azul simboliza la humanidad, de manera que Jesús generalmente lleva una túnica roja que le toca la piel y un manto azul por encima, lo cual indica que su naturaleza interior divina (rojo) está envuelta por una forma humana (azul). Los colores de María están invertidos (la prenda azul es la más cercana al cuerpo) porque ella es un ser humano que se vuelve divino (rojo por fuera). De todos modos, algunos artistas no respetan este código de colores.

Los artistas occidentales buscan originalidad en sus obras, mientras que los bizantinos buscan coherencia. Por esa razón, las pinturas iconográficas del siglo XII, del siglo XV (busca La Trinidad del Antiguo Testamento de Andrei Rublev en el Apéndice) y del siglo XXI (la figura 9-4) son todas bastante parecidas.

Los bizantinos también creían que las figuras tridimensionales (sobre todo las estatuas) eran una forma de arte pagano que hacía demasiado hincapié en la sensualidad de la carne. Por eso crearon un estilo plano plagado de simbolismos.

La Virgen de Vladimir, del siglo XII, probablemente se pintó en Constantinopla. La postura de la Virgen estrechando al Niño contra su mejilla y la armoniosa relación de sus cuerpos es una de las formas iconográficas de representación del Niño Jesús y la Virgen María. Este tipo de icono se conoce como Umilenie (Virgen de la Ternura). La Virgen de Vladimir acabó siendo trasladada a Rusia, país que adoptó la fe cristiana ortodoxa en los siglos IX y X.

El cristianismo se convirtió en la religión oficial de Rusia el año 988. Los artistas rusos aprendieron iconografía copiando iconos de Constantinopla como la Virgen de Vladimir. Posteriormente, la pintura iconográfica fue prácticamente la única forma de arte que hubo en Rusia hasta finales del siglo XVII. El pintor de iconos ruso más destacado es Andrei Rublev (hacia 1370-hacia 1430), que era monje además de artista.

Rublev siguió las fórmulas de la iconografía pero a la vez consiguió ser original. Imprimió a sus iconos una sensibilidad única y extraordinaria. En su obra maestra La Trinidad del Antiguo Testamento (busca una buena foto en internet), pintada para un monasterio próximo a Moscú, los ángeles presentan los rasgos característicos de los iconos (¡hasta podrían pasar por trillizos!): narices largas y delgadas; bocas pequeñas; ojos almendrados; peinados idénticos que enmarcan sus rostros modestamente; y las mismas vestiduras.

Sin embargo, cada ángel revela quedamente su propia personalidad. Las pinturas de Rublev transmiten ternura y una leve poesía de la que carecen otros iconos. El cuerpo de cada ángel se curva de manera un poco diferente, y sus posturas expresan emociones espirituales y poéticas individuales. La combinación de gestos y formas armoniosas y los colores luminiscentes confieren a la pintura un ritmo y una lírica particulares.

El Sudario de la dormición (ver la figura 9-4) es un icono ortodoxo moderno pintado por Christine Uveges y el Taller Eikona en 2004. Las expresiones, las posturas y los gestos, así como la planicidad de la composición, ponen de manifiesto que la pintura iconográfica apenas ha cambiado en mil años.

Cortesía de Eikona Studios
Cortesía de Eikona Studios

El icono Sudario de la dormición, pintado en 2004 por Christine Uveges y guardado en la basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, en Washington, pone de manifiesto que las tradiciones iconográficas no han cambiado en más de mil años

Irónicamente, el Sudario de la dormición, que representa un punto de vista genuinamente ortodoxo del último día de la Virgen María en la tierra, es propiedad de (y fue expuesto por) la basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, la cual pertenece a la Iglesia católica romana, que tiene una visión muy diferente de las últimas horas de María. El arzobispo metropolitano de la Iglesia católica ucraniana de Estados Unidos encargó el icono como regalo para la basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington. El propósito del regalo, y de representar una tradición ortodoxa en un templo católico tan destacado, fue contribuir a cerrar el cisma entre las iglesias occidental y oriental que comenzó en 1054 (ver el apartado anterior “Tras la caída: divisiones y cismas”).

El arte islámico: caminos arquitectónicos hacia Dios

El año 610 d.C., un comerciante llamado Muhammad se refugió en una cueva cerca de la Meca. Según Muhammad, durante la noche el arcángel Gabriel se le apareció y le reveló una serie de verdades que se convertirían en la base de una nueva religión, el islam. Durante la vida de Muhammad, hoy conocido como Mahoma, Gabriel continuó iluminándolo con revelaciones que sus seguidores recopilaron en el libro sagrado de los musulmanes, el Corán. Mahoma no rechazó las otras dos grandes religiones monoteístas, el judaísmo y el cristianismo, pero dijo que Dios le ordenó completarlas y perfeccionarlas. El Corán honra a los profetas hebreos y también a Jesús.

Mahoma, que era un líder religioso y también político, convirtió y unió a las tribus de Arabia antes de morir en el año 632. En los cien años que siguieron a su muerte, sus sucesores, los califas, extendieron el islam conquistando Palestina, Siria, Egipto y el resto del norte de África, que arrebataron al Imperio bizantino. También conquistaron España y penetraron en Francia, hasta que Carlos Martel (abuelo de Carlomagno) derrotó al ejército islámico en la batalla de Poitiers (732).

La nueva religión ganó millones de adeptos. Casi todos los países conquistados habían sido cristianos durante siglos, pero la mayoría de sus habitantes se cambiaron al islam. Quienes no lo hicieron generalmente pudieron continuar con sus prácticas religiosas sin ser perseguidos.

Igual que Moisés, Mahoma prohibió las imágenes grabadas y cualquier cosa que recordara a la idolatría. Por esa razón los países islámicos produjeron muy pocas obras de arte figurativo (imágenes de personas) y esculturas. Sin embargo, sobresalieron en arquitectura y artes decorativas.

Al principio los califas construyeron lugares de oración provisionales para los conversos al islam (un campo cercado, una antigua iglesia cristiana, una nave persa…), pero una vez los musulmanes se hubieron establecido en sus nuevos territorios, empezaron a construir mezquitas permanentes muy elaboradas. Al carecer de una tradición artística propia, tomaron prestadas las tradiciones de los pueblos conquistados, y como conquistaron muchos territorios diferentes, las influencias fueron muy variadas. Muchas mezquitas primitivas tenían elementos bizantinos y persas, según su ubicación. La Gran Mezquita de Samarra, en Irak, construida entre 848 y 852, ocupa una superficie de casi cuatro hectáreas y tiene un minarete que recuerda a los zigurats (antiguos templos mesopotámicos, ver el capítulo 5). Obviamente, el arquitecto se inspiró en las estructuras mesopotámicas antiguas.

Sin embargo, los musulmanes no tardaron en desarrollar un estilo propio. En los apartados siguientes comento algunos de los mejores ejemplos de la arquitectura islámica.

La Mezquita de Córdoba

Resultado de imagen para mihrab de la Mezquita de Córdoba

La Mezquita de Córdoba empezó a construirse en el año 786 d.C. Córdoba, capital del islam en España, y Bagdad fueron los dos grandes centros de la cultura islámica entre los siglos VIII y XI. Los califas ampliaron la Mezquita de Córdoba a mediados y a finales del siglo X.

En su interior, cerca de mil columnas de doble arquería sostienen la pesada techumbre. Aunque las columnas están dispuestas en filas, parecen un inmenso bosque de piedra que se extiende en todas direcciones. Al caminar por la estructura ves complejas perspectivas entretejiéndose, lo cual hace que la mezquita parezca infinita.

La arquitectura te transmite la sensación de estar viajando hacia Dios (ver la figura 9-5). El laberinto de naves conduce a la qibla (zona de oración), orientada hacia la Meca. El hecho de que tantas naves lleven al mismo lugar sugiere que existen muchos caminos hacia la oración, muchos senderos hacia lo divino. Cada persona debe encontrar su propia senda. Esta idea difiere bastante de las iglesias cristianas, donde una única nave central conduce al altar, lo cual implica que solo existe un camino para llegar a Dios.

Los túneles de arcos superpuestos de la Gran Mezquita de Córdoba conducen a los visitantes a la qibla, o zona de oración

Toda mezquita tiene también un mihrab (hornacina de oración) orientado hacia la ciudad de la Meca. La entrada al mihrab suele estar profusamente decorada porque simboliza el acceso a la ciudad sagrada. El mihrab de la Mezquita de Córdoba, una cámara abovedada, es el clímax arquitectónico de la estructura (ver la figura 9-6). Los intrincados grabados (llamados arabescos, es decir, propios de los árabes) que hay en los arcos de entrada fusionan la escritura con los motivos decorativos. Esta característica refleja el hecho de que los árabes eran consumados maestros de la caligrafía. El centro de la cúpula del mihrab es una estilizada concha incrustada con un mosaico de hojas y flores de tonos azules, verdes y rojizos sobre un fondo dorado. La concha está encajada en una estrella de ocho puntas, cortada por grandes arcos que transmiten el peso de la cúpula a los soportes.

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La deslumbrante Alhambra

Cuesta imaginar algo más impresionante que la Mezquita de Córdoba… hasta que entras en el extraordinario palacio y mezquita de Granada, la Alhambra. La Alhambra se construyó entre los años 1248 y los años 1354, cuando la mayor parte de España había sido recuperada por las fuerzas cristianas de la Reconquista. Granada, el último reducto musulmán de la península, se rindió a Fernando e Isabel en 1492.

La parte más exquisita de la Alhambra es la Sala de los Mocárabes del Patio de los Leones, un espacio rectangular en cuyo centro hay una fuente con doce leones de mármol blanco (ver la figura 9-7; se ha dicho que antiguamente la fuente funcionaba como reloj, y que las horas en punto se señalaban con un chorro de agua del león correspondiente).

La elaborada bóveda descansa sobre una base con forma de estrella iluminada por 16 ventanas (ver la Sala de los Mocárabes de la Alhambra en el Apéndice). Al mirar arriba, casi parece que esa estrella de ocho puntas se haya desplegado o florecido en lo alto para permitir la entrada de luz en la mezquita. El casquete de la bóveda y el techo cuadrado que envuelve la estrella están bellamente decorados con ornamentos de yesería que parecen gotas de cera derretida.

El Patio de los Leones de la Alhambra, cuyas paredes están decoradas con preciosas filigranas, es el marco idóneo para la espectacular Sala de los Mocárabes

Vistas más de cerca, esas gotas revelan motivos geométricos muy elaborados. ¿De dónde surgió ese estilo? En ninguno de los países conquistados por los árabes se ha encontrado nada parecido. Puede que, al no poder representar figuras humanas, los artistas islámicos enfocaron toda su creatividad a los diseños lineales. Muchos sabios árabes se dedicaron al estudio de la geometría y varios tipos de aritmética. La palabra “álgebra” viene del árabe al-jabr, y la trigonometría fue inventada por matemáticos musulmanes. Puede que esos desvelos matemáticos hundan sus raíces en este estilo ornamental. Sea como fuere, los artistas islámicos crearon algunas de las decoraciones más complejas y hermosas de la historia del arte.

Aparte, esos artistas realizaron diseños caligráficos igualmente elaborados, por ejemplo en la cubierta de un ejemplar del Corán creado en El Cairo, Egipto, en el siglo XIV, y en un estandarte musulmán del siglo XIII llamado Pendón de Las Navas de Tolosa. La estrella inscrita en otra estrella que aparece en la página manuscrita recuerda a las formas estrelladas del mihrab de la Gran Mezquita de Córdoba (ver la figura 9-6) y de la bóveda de la Alhambra (ver la figura 9-7). El diseño de las cenefas superior e inferior del estandarte se parece a la escritura árabe. Fíjate en la estrella de ocho puntas que hay en el centro.

Un templo al amor: el Taj Mahal

Cuando la esposa favorita de Shah Jahan, llamada Mumtaz, falleció al dar a luz a su hija, la barba se le encaneció de repente. O al menos eso es lo que dijo el cronista de palacio. Las otras esposas del emperador mogol del sur de la India no lograban consolarle. Por eso Shah Jahan, en testimonio de su amor, encargó para ella el mausoleo más bello del mundo. El resultado fue el Taj Mahal, un complejo de edificios situado en Agra, la India, que tardó veintitrés años en ser completado (1631-1654). Actualmente el Taj Mahal, que parece contemplarse a sí mismo desde el largo estanque que nace en la entrada, se considera una de las maravillas del mundo moderno.

El edificio combina elementos de la arquitectura islámica, india, persa y mogola. Ninguno de los estilos predomina, sino que se fusionan en perfecta armonía. De hecho, el Taj Mahal presenta una arquitectura muy musical, con un tema geométrico y variaciones. La cúpula acebollada de 65 metros de altura está flanqueada por otras dos más pequeñas. El motivo de la cúpula es, obviamente, el tema principal de la obra arquitectónica. Los minaretes del edificio están coronados por cúpulas más pequeñas, a modo de variaciones. El finial (remate) de la cúpula principal aparece también en las otras, así como la decoración de pétalos de loto. Estas variaciones del tema visual principal contrastan con las formas y arcos rectangulares de los niveles medio e inferior (la arquitectura necesita contrastes, igual que la música: fuerte y flojo, rápido y lento, etc.).

Las arcadas de la entrada principal tienen su eco en las ventanas de los laterales del edificio, más pequeñas pero con idéntica forma. El arco es el segundo motivo visual. Las cúpulas laterales y los minaretes descansan sobre arcadas que continúan con el tema al tiempo que añaden variación. En lugar de ser circulares, los arcos de las arcadas tienen forma de pétalo, un motivo típicamente islámico. El intrincado diseño del marco de la puerta se repite en los marcos de las ventanas.

Para apreciar la magnificencia de este edificio (sin contemplarlo en persona), intenta verlo como música visual. Imagina que las cúpulas son un potente motivo musical, una línea melódica resonante que genera un rosario de ecos (los minaretes). Los rectángulos y las aberturas arqueadas que hay debajo de las cúpulas son la línea de bajo que acompaña y aporta variedad a la melodía. Los arabescos grabados en los rectángulos vienen a ser como los trinos y otros ornamentos musicales de una cantata barroca; deleitan al observador con sorpresas exóticas en medio de las formas henchidas de las cúpulas y las grandes puertas y ventanas.

Cuesta creer que este edificio tan magnífico es simplemente un mausoleo. En cualquier caso, es uno de los lugares más visitados de la India.

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