La apasionante cultura de los griegos ejerció una profunda influencia sobre sus vecinos. Los etruscos y los romanos, en particular, tomaron muchas cosas prestadas de la civilización griega. No obstante, ambos pueblos condujeron el arte griego en nuevas direcciones que son fiel reflejo de sus respectivas civilizaciones.
Los misteriosos etruscos
Los etruscos aparecieron en la región central de Italia en el siglo VIII a.C., más o menos cuando los griegos fundaron colonias en el sur de Italia y en Sicilia. Como no tenían una escritura propia, los etruscos adoptaron y adaptaron el alfabeto griego. También asimilaron los estilos artísticos y las técnicas de los griegos e incorporaron varios dioses griegos a su religión. Igual que los griegos, los etruscos eran una confederación de ciudades-estado; nunca se unieron para formar una nación ni un imperio. Sin embargo, en el siglo VI a.C ya dominaban la mayor parte de Italia e incluso llegaron a gobernar en Roma desde el 616 a.C. hasta el 509 a.C. Ese año, Bruto (posiblemente un antepasado del Bruto que ayudó a asesinar a Julio César 450 años más tarde) y otros derrocaron al último rey de Roma, el etrusco Tarquinio el Soberbio, e instauraron una república.
Del templo a la tumba: la influencia griega
De la arquitectura etrusca no ha sobrevivido apenas nada. Por fortuna, el arquitecto y escritor romano del siglo I a.C. Vitruvio, que pudo contemplar en persona algunas de aquellas obras, describió los templos etruscos. Según Vitruvio, eran casi cuadrados, con el mismo espacio para el pórtico y el interior del templo. Construidos con ladrillos de barro, los templos etruscos tenían columnas sencillas, coronadas por un entablamento y un pedimento similares a los que había en los templos dóricos griegos (en el capítulo 7 encontrarás más información sobre entablamentos y pedimentos). Otra diferencia entre los templos etruscos y los griegos es que los etruscos tenían una única entrada en la parte frontal (en lugar de varios accesos, como los templos griegos) y eran bajos y anchos, con techos más pesados que los de sus vecinos griegos.
Sonrisas de piedra: la felicidad eterna de los etruscos
No se sabe mucho de los etruscos porque a partir de finales del siglo V a.C. los romanos conquistaron Etruria ciudad por ciudad y borraron la parte visible de su cultura. A finales del siglo I a.C. solo quedaban las tumbas. Por lo tanto, para descifrar la vida etrusca tenemos que adentrarnos en las casas de sus muertos, que a menudo se construían como las casas de los vivos. De hecho, algunos cementerios etruscos se diseñaron como ciudades subterráneas e incluso tenían calles que conectaban las tumbas, posiblemente para que los muertos pudieran hacerse visitas.
Los etruscos fueron la primera civilización antigua que se enfrentó a la muerte con una sonrisa (al menos sus estatuas funerarias están sonriendo). La decoración de las tumbas de los primeros etruscos no muestra la cara oscura de la muerte (sea esto lo que fuere), sino que recuerda las alegrías de la vida. Hay pájaros volando por las paredes, delfines nadando en el mar, bailarinas semidesnudas en actitud festiva y erótica, gente comiendo, pescadores pescando y cazadores persiguiendo a su presa. Según parece, los primeros etruscos veían la muerte como una mezcla de banquete, safari y juerga nocturna. No es extraño que las estatuas estén sonriendo: están rodeadas por un compendio de los placeres de la vida.
La mayoría de los estudiosos creen que los primeros etruscos veían la muerte como una continuación de la vida. Otra razón de que las estatuas etruscas sonrían es que las estatuas griegas del período arcaico (kuros y kore; ver el capítulo 7) generalmente están sonriendo, y los etruscos las copiaron. No parece que exista una razón para que las estatuas griegas sonrieran; era simplemente una convención, como decir “patata” cuando te hacen una foto.
En las tumbas etruscas posteriores, sin embargo, la muerte es menos atractiva. Las tumbas son lúgubres y en algunos de los murales aparecen demonios. Claramente, los griegos transmitieron a los etruscos su visión ominosa de la muerte en el Hades, que el poeta griego Homero llamó “la sombría morada de los muertos” (Odisea, libro 11). En un mural de una tumba etrusca tardía aparece una imagen del Cancerbero, un perro de tres cabezas que guarda la puerta del Hades y se asegura de que nadie pueda salir.
La república romana
Roma comenzó como una ciudad-estado gobernada por reyes en el siglo VII a.C. Tras el derrocamiento del rey Tarquinio en el año 509 a.C., los romanos instituyeron una república que estaba gobernada por dos cónsules, el Senado, dos asambleas y, posteriormente, un grupo de diez tribunos. Los cónsules se elegían anualmente y permanecían un año en su cargo. El Senado estaba compuesto por ciudadanos romanos acaudalados y de clase alta (en esto se parece a la Cámara de los Lores del Parlamento del Reino Unido), llamados patricios. Las dos asambleas, los comicios curiados y los comicios centuriados, estaban formadas por plebeyos (también llamados plebe, los que no podían remontar su origen a las familias fundadoras de la ciudad).
En la práctica, los patricios controlaban ambas asambleas. De hecho, eran los que cortaban el bacalao en los primeros tiempos de la república. ¿Por qué? Pues porque la Roma republicana no pagaba a sus representantes electos, de manera que únicamente los ricos podían permitirse ocupar esos cargos. De los 108 cónsules de la república, 100 procedían de la clase patricia. Este desequilibrio causó varias guerras civiles, generalmente seguidas de sangrientos “reinados del terror” llamados proscripciones. Durante una proscripción, los vencedores de la guerra civil asesinaban a cientos e incluso miles de sus enemigos políticos. Muchos se suicidaban para evitar una muerte cruel.
Después de cada guerra civil el poder se redistribuía de manera un poco más justa, pero nunca lo suficiente como para satisfacer a los plebeyos. El año 494 a.C., con el fin de apaciguar los ánimos de la plebe, el gobierno inventó una nueva institución: el tribuno. Su función básica era proteger los intereses de los plebeyos y tenían poderes de veto extraordinarios, pero en la práctica solían ser manipulados por los patricios adinerados.
Posteriormente, hombres ambiciosos como Julio César utilizarían las luchas de poder para auparse a sí mismos a lo más alto de la escena política romana. Ese oportunismo, sumado al rechazo de la clase superior a compartir el poder con la plebe, debilitó al gobierno: tras siglos de conquistas, quizá la Roma ulterior (que incluía el norte de África, España y la Galia) había crecido demasiado para estar bajo el control de la república. Las guerras civiles y las sangrientas proscripciones mancharon el último siglo de la república. E incluso antes de que César Augusto fundara el imperio el año 27 a.C., Roma flirteó dos veces con un gobierno de un solo hombre:
- En el año 82 a.C., el Senado romano nombró dictador vitalicio al famoso general Lucio Cornelio Sila. Tras fortalecer a los senadores conservadores y debilitar el poder de los tribunos, Sila renunció a su cargo el año 80 a.C.
- El año 48 a.C., después de derrotar a Pompeyo Magno en una guerra civil, Julio César fue nombrado dictador vitalicio por el Senado. César fue el único vencedor de una guerra civil romana que no proscribió ni asesinó a sus enemigos políticos tras alcanzar el poder. Los perdonó y a muchos de ellos, incluidos Bruto y Casio, les ofreció cargos en su gobierno. Cuatro años más tarde, el 44 a.C., Bruto, Casio y otros conspiradores favorables a la república asesinaron a César en los idus de marzo (el día 15 del mes).
Las dos guerras civiles que siguieron al asesinato de César terminaron con la república para siempre. El sobrino nieto de César, Octaviano (luego llamado Augusto), se convirtió en el primer emperador de Roma.
Las raíces del realismo: un asunto familiar
Los romanos practicaron el culto a los ancestros, es decir, rezaban a los espíritus de sus antepasados, llamados manes (almas buenas). Cerca de la chimenea colocaban unas figuritas de cera de parientes difuntos, llamadas lares. Los días de fiesta engalanaban a los lares con guirnaldas. Durante las fiestas parentales, o Parentalia (unas fiestas fúnebres que se celebraban del 13 al 21 de febrero), los miembros de la familia salían en procesión llevando máscaras de cera o de terracota (imagines) de sus parientes difuntos. Gradualmente esas máscaras fueron haciéndose más realistas, lo cual allanó el camino al realismo romano en el tratamiento de los rostros de bustos y estatuas, que surgió de repente en torno al año 100 a.C. El realismo romano se denomina estilo verista (fiel a la verdad).
En su momento de máxima expansión, el Imperio romano englobaba la mayor parte de Europa occidental (todo el territorio que rodea el Mediterráneo), las actuales Turquía, Siria, Egipto, Macedonia y Grecia, la antigua Yugoslavia, Rumania, el norte de África y buena parte de la actual Gran Bretaña. Los romanos erigieron monumentos y construyeron ciudades, carreteras, acueductos y termas en todos esos países. Dejaron su impronta en todas partes, pero ¿de verdad era su impronta?
En su gran mayoría, los primeros artistas y arquitectos romanos no eran romanos. Eran griegos o etruscos helenizados. Por eso el arte romano primitivo era tan parecido al arte griego o etrusco. Por desgracia, muy pocas obras han sobrevivido.
En los últimos años de la república y durante el período imperial, los grandes artistas “romanos” continuaron siendo griegos en su mayoría. No es de extrañar, pues, que mucha gente haya dicho que los romanos fueron unos imitadores. Sin embargo, Roma fue mucho más que eso. Los romanos edificaron sobre sus cimientos griegos y etruscos. Su mayor contribución fue quizás un realismo agresivo y descarado en los retratos y la pintura mural, así como la magnificencia y majestuosidad de sus obras arquitectónicas, gran parte de las cuales continúan en pie.
El arte como espejo: el realismo romano y los retratos escultóricos republicanos
Los romanos eran gente práctica; miraban a la vida de frente. En el arte, su pragmatismo se tradujo en un realismo resuelto. Al contemplar sus retratos escultóricos (bustos y estatuas), tienes la sensación de estar cara a cara con romanos de carne y hueso. Los artistas reproducían sus arrugas, calvas, papadas y barrigas, y generalmente capturaban el temperamento del modelo.
Cuando Octaviano, sobrino nieto de Julio César, subió al poder, no todo el mundo estaba preparado para un gobierno autócrata. Ante esa situación, Octaviano tuvo que forzar un poco las cosas. Después de dos guerras civiles consecutivas, el Senado se volvió dócil y se conformó simplemente con fingir que eran una república. Siguieron los mandatos de Octaviano y le dieron más poder incluso que el que habían otorgado a Julio César, al tiempo que mantenían las formas de un gobierno republicano. Augusto no quiso llamarse a sí mismo rey ni emperador porque tal cosa le habría reportado mala fama. Sin embargo, sí permitió que el Senado le concediera el título de princeps, o “primer ciudadano”, y le pusiera un nuevo nombre, Augusto (que significa “venerable”).
El realismo romano dio un giro idealista cuando César Augusto instituyó el Imperio romano en el año 27 a.C. El nuevo “emperador” tenía que convencer a los romanos para que aceptaran un gobierno autocrático, de manera que idealizó su persona presentándose como un dios merecedor de su cargo.
El idealismo en el arte romano es como una señal de alarma, pues generalmente indica que la obra tiene un fin propagandístico.
La estatua Augusto de Prima Porta (ver la figura 8-1) muestra al joven Augusto como general de generales, señalando el camino al futuro imperial de Roma. Más concretamente, la estatua conmemora la recuperación de unos estandartes militares romanos que se habían llevado los partos (los iraníes de la época) el año 53 a.C., cuando derrotaron a las legiones de Craso (miembro del primer Triunvirato junto con Julio César y Pompeyo Magno). Los partos fueron el enemigo más enconado de Roma. El hecho de que Augusto pudiera vencerlos mejoró mucho su estatus como comandante en jefe.
El contraste entre la coraza metálica y el drapeado de la toga tiene al menos un doble propósito:
- La suavidad de la tela acentúa la dureza de la armadura, y viceversa.
- La indumentaria de Augusto muestra su naturaleza dual: la armadura representa su lado militar como gran general, y la toga alude a su lado administrativo como primer ciudadano, o princeps, de Roma.
Augusto de Prima Porta es la personificación de las virtudes romanas: vigor juvenil, rectitud moral y confianza inquebrantable. Además, expresa la dignidad imperial de Roma y del propio Augusto. Incluso Cupido, que cabalga sobre un delfín a un lado del emperador, levanta la mirada impresionado por el divino Augusto. La presencia de Cupido también es una alusión a su condición de descendiente de la diosa Venus (madre de Cupido). Julio César proclamó muchas veces esta descendencia de Venus (así es como justificó su dominio político de Roma).
La estrategia propagandística de Augusto fue muy efectiva. La estatua fue tan popular que se copió al menos 148 veces.
Aunque esta forma de idealismo propagandístico es muy propia de Roma, el escultor creó el Augusto de Prima Porta a partir de dos famosas estatuas griegas. La pose es casi idéntica al Doríforo de Policleto (ver el capítulo 7). Compara la postura y la posición de los pies y del brazo izquierdo. La diferencia es que, en lugar de lanzar una espada, Augusto arroja su mensaje imperial. Además mira al frente, enfrentándose al mundo, mientras que el Doríforo gira la cabeza a la derecha. La pose del minicupido que abraza la pierna de Augusto reproduce la del Baco niño en la obra de Praxíteles Hermes y Baco. En cierto modo, Augusto de Prima Porta es una estatua griega dentro de una romana.
Sin embargo, la mayoría de las estatuas y los bustos romanos, incluso los de emperadores, no están idealizados. En el busto de Vespasiano, noveno emperador romano y constructor del Coliseo, solo se aprecia realismo desnudo. Vespasiano no era un rey pusilánime, sino un general curtido, rudo y práctico que llegó a lo más alto a fuerza de pelear. Nunca fingió ser un dios. De hecho, se vestía él mismo, se calzaba solo y era poco amigo del autobombo, lo cual sorprendió mucho a Roma. Según Suetonio, un historiador romano, “habiéndose presentado muy lleno de perfumes un joven a darle gracias por la concesión de una prefectura, Vespasiano se volvió disgustado”, revocó el nombramiento y dijo que hubiera preferido que aquel hombre oliera a ajos.
Vespasiano se burló de la tradición romana de deificar a los emperadores muertos. En su lecho de muerte, el emperador, famoso por su agrio sentido del humor, dijo: “¡Vaya! ¡Creo que me estoy convirtiendo en un dios!”.
Los relieves romanos son más mundanos que sus homólogos griegos, cuyas escenas solían desarrollarse en las nubes del Olimpo. Algunos relieves romanos venían a ser como noticias talladas en piedra. Narraban hechos de la época que los emperadores no querían que el mundo olvidara. Muchas de aquellas noticias se grabaron en arcos triunfales romanos para difundir el irresistible poder de Roma.
Tras ganar guerras, el Senado generalmente permitía a los generales romanos construir arcos triunfales y otros monumentos para conmemorar sus victorias. Uno de los más famosos es la Columna de Trajano (ver la figura 8-2), una columna de 30 metros de altura que conmemora las victorias de Trajano en la Dacia (actual Rumanía). La guerra contra los dacios se desarrolló en dos partes: del 101 al 102 d.C. y del 105 al 106 d.C.
La Columna de Trajano narra la guerra contra los dacios librada a comienzos del siglo II d.C.
El escultor reproduce las marchas y las batallas en un bajorrelieve en espiral que recorre toda la columna (naturalmente, nadie, salvo los dioses, puede leer los episodios de la parte más alta sin utilizar binoculares). La primera campaña se describe en la mitad inferior de la columna y la segunda campaña en la superior. El escultor incorpora tantos detalles como le es posible, a menudo sacrificando la estética y mezclando perspectivas (puedes ver una marcha o batalla desde distintos puntos de vista, como una escena de película grabada con varias cámaras, lo cual no es necesariamente malo). Las escenas de la columna aportan mucha información sobre las armas de los romanos y sus estrategias militares.
El realismo en la pintura
La pintura mural romana, que apareció súbitamente en la segunda mitad del siglo I a.C., mostró la vida de una manera más realista que cualquier obra pictórica anterior. Puesto que apenas han sobrevivido pinturas romanas anteriores, los historiadores no saben cómo evolucionó la tradición. Parece que simplemente apareció como un estilo completamente maduro, lo cual es imposible, porque todo estilo empieza en algún lugar y experimenta una evolución. Sin duda, los romanos aprendieron de los modelos helenísticos, pero como tampoco ha sobrevivido casi ninguno de esos modelos, los historiadores no pueden estar del todo seguros.
Los romanos, como los griegos, utilizaron la perspectiva intuitiva para crear la ilusión de tridimensionalidad sobre superficies planas. Por lo que parece, no tuvieron un sistema para crear perspectivas; simplemente lo hicieron a ojo (en el capítulo 12 se compara la perspectiva intuitiva y la perspectiva científica).
Los murales romanos a veces versionan los mitos griegos, como el fresco de Los amores de Venus y Marte (ver la figura 8-3) hallado en la Casa de Fronto en Pompeya. Compara el uso de la perspectiva en este fresco con la pintura de vasos griegos. Los romanos llevaron el realismo a un nivel muy superior. Observa la tridimensionalidad de los muebles (a la izquierda del espectador) y las sombras en el rostro de Venus (a la izquierda del espectador). Fíjate también en que la cabeza de la mujer que está de pie bajo la puerta es un poco más pequeña que el resto de cabezas (el tamaño de las figuras parece disminuir con la distancia).
El fresco Flora, procedente de Stabia, una antigua ciudad situada siete kilómetros al sur de Pompeya, es quizá la pintura romana más poética de todas las que se han encontrado (ver Apéndice). Puesto que Flora, la diosa de las flores, tiene la cabeza levemente girada, solo podemos imaginar su hermosura o sentirla reflejada en el paisaje que ella embellece. Se decía que Flora traía color al mundo plantando flores por todas partes.
El poeta romano Ovidio dice que Flora “nos aconseja aprovechar el esplendor de la vida mientras se encuentra en flor”, igual que ella coge flores en el fresco y las guarda en su cesta. En esta pintura delicada y poética no ocurre gran cosa, pero tampoco es necesario. Basta con la arrulladora belleza del paisaje, el insinuado candor de la diosa descalza con su vestido movido por el viento y su gesto delicado. Aunque está dañado, el fresco conserva toda su belleza y emotividad. A pesar de todo su poder y majestuosidad imperial, Roma tenía un lado tierno.
Los mosaicos romanos
Cuando los artistas romanos querían que una imagen perdurara, utilizaban los mosaicos. Los mosaicos romanos se elaboraban con piedrecitas de colores, guijarros o trocitos de vidrio aglomerados con una masa de cemento para formar imágenes como la Escena de la Nueva Comedia, hallada en Pompeya. Fíjate en la comicidad de las expresiones faciales y en los pliegues tan realistas de la ropa que visten los actores del mosaico. ¡Las figuras incluso proyectan sombras! Todo eso se consiguió con piedrecitas de colores.
La pequeña localidad de Vienne, en Francia, que el historiador romano Tácito describió como “ciudad histórica e imponente”, tiene más de 250 mosaicos de suelos y paredes magníficamente conservados. El Mosaico de Hylas (ver la figura 8-4) de Vienne muestra al héroe mítico Hylas siendo seducido por dos ninfas cuando se disponía a llenar un cántaro de agua en una fuente. El reborde decorativo enmarca la escena central con motivos florales simples pero estilísticamente efectivos.
Tras la caída del Imperio occidental en el año 476 d.C., la tradición mosaísta prosiguió en el Imperio oriental y en la ciudad-estado de Rávena, en Italia (ver el capítulo 9).
La arquitectura romana: fusión de los estilos griego y etrusco
La arquitectura, como el templo jónico de Apolo en Pompeya, construido en torno al año 120 a.C., es la forma de arte mejor conservada del período republicano. El estilo de este templo es tan griego que parece que lo hubieran desmontado y traído de Grecia por trozos.
El Templo de Portuno
Los templos posteriores, como el Templo de Portuno (también conocido como el Templo de la Fortuna Viril), construido en el siglo I a.C., ya parecen un poco más de cosecha propia. Aunque a primera vista la estructura se asemeja a la de un templo griego en miniatura con columnas jónicas, pedimentos y un entablamento sin adornos, existen algunas diferencias sutiles. En lugar de la plataforma de tres niveles utilizada en los templos griegos como base para las columnas y escaleras en todo el perímetro (ver el Partenón en el capítulo 7), los romanos pusieron una escalinata en el frontal del templo. Es decir, los romanos construyeron una entrada principal (los templos griegos son accesibles por todos sus lados).
Asimismo, mientras que los templos griegos están orientados a la salida y la puesta de sol por motivos religiosos, los templos romanos pueden apuntar en cualquier dirección. Su posición obedecía a razones prácticas, no religiosas: por un lado, la proximidad de otros edificios, y por otro, las leyes romanas que aseguraban que cada edificio y casa recibiera su cuota diaria de insolación. La calefacción solar era obligatoria en la antigua Roma. Nadie podía construir un edificio que tapara el sol a otro edificio. El arquitecto romano Vitruvio incluía ventanas orientadas al sol en todos sus proyectos.
¿Es romano el arco romano?
Si bien la mayoría de los templos romanos parecen griegos, muchas otras estructuras romanas sí tienen aspecto de ser romanas. Los majestuosos arcos de triunfo, los larguísimos acueductos y el propio Coliseo tienen un sello romano inconfundible. Todas estas estructuras tienen arcos redondeados (de hecho, el arco es su principal característica arquitectónica).
Los arcos de triunfo romanos aparecen por todo el antiguo imperio. El arco de triunfo de Orange (en la imagen) fue construido por Julio César el año 49 a.C. en Orange, Francia, para conmemorar sus primeras victorias sobre los celtas de la Galia. Un arco romano es en parte una puerta (generalmente está atravesado por una carretera) y en parte un monumento conmemorativo. Los primeros arcos se construyeron de ladrillo y piedra. Posteriormente los arquitectos utilizaron mármol para hacerlos más duraderos. Algunos arcos de triunfo tienen columnas ornamentales, y la mayoría están decorados con relieves conmemorativos que narran victorias militares.
El arco romano es proverbial. Cuando volvió a utilizarse en las iglesias medievales, siglos después de la caída de Roma, los edificios se llamaron románicos. Sin embargo, los romanos no inventaron el arco ni la bóveda de cañón (una bóveda generada por la prolongación de un arco de medio punto). Estas formas arquitectónicas aparecen en estructuras egipcias, mesopotámicas y griegas, aunque no muy a menudo. Gracias a los romanos, el arco de medio punto y la bóveda de cañón adquirieron fama mundial. Por esa razón asociamos el arco con la arquitectura romana. Ellos fueron quienes lo popularizaron.
Una bóveda de cañón es como la parte superior de un barril cortado por la mitad. Los romanos utilizaron este tipo de bóveda en sus arcos de triunfo y anfiteatros. También utilizaron la bóveda de arista, formada por la intersección de dos bóvedas de cañón perpendiculares
Maison Carrée
Aproximadamente un siglo después de que se construyera el Templo de Portuno, en Nimes, una próspera ciudad romana situada en la Galia, se levantó un templo similar pero más grande llamado Maison Carrée (“Casa Cuadrada”; ver la figura 8-5). Mientras que las columnas del Templo de Portuno son jónicas, para la Maison Carrée se utilizaron columnas corintias, más elaboradas. La Maison Carrée es el templo romano mejor conservado del mundo.
Acueductos romanos
A pocos kilómetros de Nimes se encuentra una de las estructuras romanas más famosas, un acueducto de 274 metros de longitud llamado Pont du Gard. El Pont du Gard formaba parte de un acueducto de 50 kilómetros que transportaba más de 160 metros cúbicos de agua diariamente desde el río Eure, en Uzès, hasta Nimes. El Pont du Guard fue construido a mediados del siglo I d.C., probablemente por Marco Vipsanio Agripa, yerno de Augusto.
Los conocimientos de ingeniería de los romanos no tuvieron rival en el mundo antiguo. Aunque algunos de los bloques de caliza del acueducto pesaban hasta seis toneladas, no se utilizó mortero para mantenerlos unidos. Sin embargo, la estructura lleva 2.000 años en pie. ¿Cómo es posible? Los ingenieros romanos unieron las piedras con robustas abrazaderas de hierro que todavía resisten.
El Coliseo
El edificio más emblemático de Roma es el Coliseo, un anfiteatro de 2,5 hectáreas donde los gladiadores combatían a muerte entre ellos. En el Coliseo también se cazaban animales exóticos, se simulaban batallas navales (para lo cual se inundaba la base del Coliseo) y se celebraban ejecuciones públicas de delincuentes, que eran devorados por las fieras. Como espectáculo previo a los juegos, en el anfiteatro también había peleas de cocodrilos, elefantes funambulistas (¡incluso hubo un elefante que sabía escribir en latín con la trompa!) y acróbatas humanos. Los emperadores romanos pelearon en la arena en varias ocasiones (aunque esas batallas estaban amañadas para garantizar la seguridad del emperador, a diferencia del duelo que mantiene Comodo con el general Máximo en la película Gladiator de Russell Crowe).
El emperador Vespasiano empezó a construir el Coliseo el año 72 d.C. Su hijo Tito lo terminó el año 80 d.C. y lo inauguró un año después con unos juegos que duraron cien días.
El diseño del Coliseo se basó en la unión de dos teatros, razón por la cual la estructura se llama anfiteatro (literalmente, “teatro redondo”). Setenta y seis puertas de entrada y otros tantos pasillos abovedados conducen a tres niveles de gradas de piedra que podían acomodar a más de 50.000 personas. Asimismo, el Coliseo tenía una cubierta desplegable tan compleja que hacía falta un destacamento entero de marineros de la flota romana para accionarla.
Los romanos no intentaron disfrazar las características estructurales del Coliseo, pero sí las hicieron agradables a la vista. Los tres niveles de arcadas parecen ventanas que invitan a los transeúntes a entrar en el edificio. Las falsas columnas entre arcos son de orden dórico en el primer nivel, jónico en el segundo nivel, y corintio en el tercer nivel. Al contemplar el edificio de abajo arriba, los órdenes arquitectónicos (el estilo de las columnas y capiteles, ver el capítulo 7) son cada vez más elegantes y refinados.
El Panteón
El Panteón (ver la figura 8-6), el templo de todos los dioses romanos, es el edificio más perfecto de Roma. Está coronado por una cúpula gloriosamente construida con un diámetro de 43 metros. La altura desde el centro de la cúpula hasta el suelo también es de 43 metros. Cuando entras en el Panteón, tienes la sensación de estar dentro de un globo bajo la cúpula de un cielo olímpico. El óculo (orificio) de nueve metros de diámetro que hay en el centro contribuye a esta sensación, ya que permite la entrada de luz natural en el templo durante el día, y atisbar la luna y las estrellas durante la noche.
En el Panteón, las consideraciones estéticas priman sobre los aspectos prácticos. Una cubierta de mármol oculta los enormes arcos portantes de mampostería y las paredes de hormigón. Una gran columnata circular de capiteles corintios parece sostener la cúpula sin esfuerzo. Todo el templo se eleva en dirección al óculo, de manera que los visitantes tienen la sensación de transcender la ley de la gravedad y flotar en compañía de los dioses.
La caída de Roma
¿Por qué cayó Roma? Posiblemente el imperio intentó abarcar más de lo que podía y acabó teniendo demasiadas fronteras que defender. A finales del siglo III d.C., el emperador Diocleciano decidió que el imperio era demasiado grande para que lo gobernara un solo hombre, de manera que lo dividió en dos mitades, cada una con un césar y un augusto. Esta forma de gobierno se denomina tetrarquía (gobierno de cuatro personas). Puede que el cristianismo, que se convirtió en la religión del estado el año 380 d.C., durante el reinado de Teodosio I, cambiara gradualmente el tejido de la sociedad romana hasta que el modelo de imperio dejó de tener cabida en ella.
Hay quien ha acusado a los romanos de los siglos IV y V de volverse perezosos y blandos. Contrataron a mercenarios (vándalos, hunos, visigodos, ostrogodos y burgundos) para que combatieran por ellos, y permitieron que esas tribus se establecieran en provincias romanas como federados. A mediados del siglo V d.C., los visigodos y los burgundos ocuparon la mayor parte del sur de la Galia. Muchos de los federados se volvieron contra Roma. El año 476 d.C., una coalición de tribus germánicas arrasó la ciudad de Roma, derrocó a Rómulo Augusto (el último emperador romano) y lo sustituyó por su líder, Odoacro.
La caída de Roma también se llevó por delante la cultura romana. El gobierno dejó de realizar pedidos para construir nuevos edificios y diseñar relieves, estatuas y mosaicos. El arte y la cultura se retiraron a los monasterios cristianos. Muchas de las técnicas artísticas se olvidaron o se perdieron. Además, la Europa cristianizada rechazó o transformó el arte pagano y terrenal del Imperio romano. Preferían un arte que estuviera enfocado en el cielo, o que infundiera terror a los hombres para obligarlos a comportarse bien.
De todos modos, el año 476 d.C. tan solo cayó la mitad del Imperio romano. El Imperio romano de Oriente, o Imperio bizantino, cuya capital estaba en Constantinopla (llamada así por Constantino el Grande), aguantó otros mil años, aunque a menudo con piernas flaqueantes. El Imperio bizantino mantuvo las tradiciones artísticas romanas, pero algo cambiadas. Las influencias orientales de los vecinos de Bizancio se mezclaron con los estilos romanos tradicionales para crear un estilo bizantino único (ver el capítulo 9).