1. Historia del Arte: Una Introducción Completa

Nuestras familias y nuestras carreras
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¿Cuál es la Historia del Arte?

En esta sección te explicamos qué es la historia del arte, por qué la gente ha creado obras de arte casi sin interrupción a lo largo de todas las épocas y cómo debe contemplarse una obra de arte. Entenderás por qué la historia del arte merece ser estudiada (las obras de arte son como instantáneas de la evolución humana, antes y después de que se inventara la cámara fotográfica), y conocerás las diferencias (y los nexos de unión) entre la historia y la historia del arte.

Esa parte termina con unas descripciones breves pero útiles de todos los períodos y movimientos artísticos para entender qué es el arte.

historia del arte
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1. La historia del Arte es un viaje a través del tiempo

¿Por qué estudiar historia del arte en lugar de historia de la música, historia de la literatura o historia de los sellos de correos? La historia del arte comenzó en torno al año 30000 a.C. con las pinturas rupestres más antiguas conocidas (ver el capítulo 4), y saca 265000 años de ventaja a las primeras manifestaciones escritas. Es decir, la historia del arte es incluso más antigua que la historia, que comienza con el nacimiento de la escritura en torno al 3500 a.C.

Junto con la arqueología, la historia del arte es una de las principales fuentes de información sobre la prehistoria (todo lo que ocurrió antes del año 3500 a.C.). Las pinturas rupestres, la escultura prehistórica y la arquitectura proporcionan una imagen vívida (aunque incompleta) de cómo era la vida en la Edad de Piedra y la Edad de Bronce. Sin la historia del arte sabríamos mucho menos sobre nuestros primeros antepasados.

Entonces ¿para qué necesitamos la historia del arte después de comenzar el período histórico en torno al 3500 a.C.? La historia es el diario del pasado: nuestros ancestros escribiendo sobre ellos mismos y nuestra interpretación de lo que nos contaban. La historia del arte es el espejo del pasado. Nos muestra quiénes éramos en lugar de decírnoslo, como hace la historia. Al igual que los vídeos caseros documentan la historia de una familia (la ropa que llevabas cuando tenías cinco años, cómo te reías y lo que te regalaron en tu cumpleaños), la historia del arte es el “vídeo casero” de la familia humana a través de los siglos.

La historia es el estudio de las guerras y las conquistas, los grandes movimientos migratorios y los experimentos políticos y sociales. La historia del arte es un retrato de la vida interior de los hombres: sus aspiraciones e inspiraciones, sus esperanzas y sus miedos, su espiritualidad y su identidad.

¿Por qué rebuscar en el pasado de la Historia del Arte?

Si sabemos cómo éramos hace 10.000 años, tendremos una idea más clara de cómo somos hoy en día. Incluso el estudio de unos pocos restos cerámicos de la antigua Grecia puede decirnos mucho sobre la sociedad moderna, siempre y cuando sepamos cómo examinarlos e interpretarlos.

Muchas ánforas griegas nos muestran cómo eran los teatros de la época, cuyos descendientes directos son los teatros y cines modernos (ver el capítulo 7). La cerámica griega tiene representaciones de instrumentos musicales, bailarinas y atletas compitiendo en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, precursores de los Juegos Olímpicos modernos. Algunos vasos nos revelan el papel asignado a las mujeres y a los hombres: las mujeres llevan unos vasos llamados hidrias, que los hombres se encargan de pintar.

El arte antiguo nos habla sobre las religiones del pasado (que todavía influyen en nuestras religiones modernas) y sobre los horrores de los conflictos bélicos. El monumento que conmemora la victoria de Ramsés II sobre los hititas (ver el capítulo 6) y la Columna de Trajano (ver el capítulo 9), que representa la conquista de la Dacia (actual Rumanía), son testimonios de batallas antiguas que forjaron el destino de naciones enteras y determinaron los idiomas que hablamos en la actualidad.

El arte no se limita a las pinturas y las esculturas. La arquitectura, otra forma de arte, nos cuenta el modo en que los hombres y mujeres reaccionaron y sobrevivieron en su entorno, y cómo se definieron y se defendieron. ¿Construyeron muros impenetrables en torno a sus ciudades? ¿Erigieron monumentos a su propio ego como la faraona Hatshepsut y el vanaglorioso Ramsés II (ver el capítulo 6)? ¿Levantaron templos para honrar a sus dioses o celebrar la gloria de sus civilizaciones como hicieron los griegos (ver el capítulo 7)? ¿O bien, como los romanos (ver el capítulo 8), hicieron alarde de su poder a través de la arquitectura para intimidar a sus enemigos?

¿El mundo se vino abajo con la caída de Roma o simplemente tomó otra dirección?

Sin duda alguna, el arte cambió su curso con el auge exponencial de la religión cristiana durante la última fase del Imperio romano.

A lo largo de la Edad Media, el arte y la arquitectura tuvieron un propósito espiritual: dirigir la atención del hombre hacia Dios. Las iglesias se construyeron con ese fin, y las pinturas y esculturas señalaban el camino al paraíso. Aquellas obras representaban el calvario de Cristo, los apóstoles, los mártires, el Juicio final…

Para los artistas medievales, los aspectos mundanos del hombre eran mucho menos importantes que sus aspiraciones y conflictos espirituales. Por esa razón solían representar al hombre de una manera más simbólica que realista (ver el capítulo 10). En Bizancio, el arte religioso sirvió además para ensalzar a la Iglesia ortodoxa y al Imperio romano de Oriente, que perduró hasta 1453. El mundo islámico canalizó gran parte de su energía creativa en la arquitectura y en un esplendor decorativo que jamás ha sido superado (ver el capítulo 9).

Durante el Renacimiento, el enfoque espiritual del hombre volvió a cambiar. Podríamos decir que el hombre renacentista tenía una doble visión: llevaba unas lentes bifocales imaginarias que le permitían ver bien de cerca (las cosas terrenales) y de lejos (el cielo). Con esta doble visión, los artistas del Renacimiento ensalzaron al hombre y a Dios sin defraudar a ninguno de los dos. Este enfoque tan cercano permitió que el realismo regresara transformado en lo que llamamos Renacimiento: el hombre reclamando su herencia clásica (griega y romana; ver los capítulos 11 y 12).

La Reforma dividió la cristiandad, desató un torbellino de guerras religiosas entre católicos y protestantes y dio paso a casi doscientos años de intolerancia. A fin de recuperar terreno perdido, la Iglesia católica inició la Contrarreforma a mediados del siglo XVI. Su arte religioso, que reafirmó los valores católicos a la vez que los acercaba más a la gente llana, fue una de las armas que la Iglesia esgrimió. Los santos barrocos recuperaron el lustre idealista que habían tenido durante el Renacimiento y empezaron a parecerse a la gente trabajadora, la clase social que la Iglesia intentaba retener (ver el capítulo 14). El arte y la arquitectura barrocos se caracterizan por una decoración grandiosa, una iluminación dramática y gestos teatrales que parecen proyectarse a los espectadores, todo ello mezclado con un realismo terrenal.

En la era de las máquinas, ¿de dónde sacó el arte su poder?

Muchos artistas de los siglos XVIII y XIX rechazaron, criticaron o ignoraron la Revolución industrial. En lugar de elevar al hombre, parecía que la industria quisiera desmoralizarlo y deshumanizarlo. Se obligaba a los hombres, las mujeres y los niños a trabajar en fábricas urbanas catorce horas diarias, seis días por semana, sin vacaciones ni beneficios de ningún tipo. Las fábricas contaminaban las ciudades, alejaban a las personas del medio natural y parecían beneficiar exclusivamente a sus propietarios. Esto llevó a que muchos artistas regresaran a la naturaleza o al pasado, o a una época dorada de fantasía en la que la vida era hermosa y se regía por criterios de justicia. Esto dio pie a que otros intentaran reformar la sociedad a través de su arte.

Los artistas neoclásicos no representaron en sus obras las fábricas de la época ni a los pobres de las ciudades, y no ensalzaron la parte buena de la Revolución industrial (la mayor disponibilidad de los productos). En lugar de ello, el Neoclasicismo volvió al aire puro y a la belleza refinada de la época clásica. A menudo los artistas vistieron a héroes contemporáneos con togas romanas y los representaron como personajes del Olimpo. En el arte neoclásico nadie suda ni tiene que hacer ningún esfuerzo; nadie se despeina; todo es tranquilo, elegante y ordenado (ver el capítulo 16).

Los románticos creían en la libertad individual y en los derechos del hombre. Apoyaban y promovían activamente los movimientos democráticos y la justicia social, y se oponían a la esclavitud y la explotación de los trabajadores en las fábricas urbanas. Sus palabras favoritas eran libertad e imaginación, y algunos estaban dispuestos a morir por esos ideales. Muchos románticos intentaron reformar al hombre haciendo hincapié en su cercanía con la naturaleza, mientras que otros persiguieron una comunión espiritual con lo divino a través de su imaginería. El Romanticismo es un arte de emociones intensas, de una pasión irrefrenable que exalta la libertad individual al tiempo que se enfrenta a lo infinito e incluso a la muerte (ver el capítulo 17).

La siguiente generación de artistas, los realistas (ver el capítulo 18), intentaron despertar la conciencia de la clase media y la clase alta representando de manera descarnada y sincera las dificultades de la gente pobre (los trabajadores de las fábricas y los agricultores). La invención de los tubos de pintura al óleo en 1841 permitió a aquellos artistas pintar al aire libre (en plein air) y plasmar en sus lienzos a los trabajadores del campo mientras realizaban sus labores.

Los pintores impresionistas intentaron reflejar en sus obras instantes fugaces y los efectos cambiantes de la luz (ver el capítulo 19). Las pinceladas rápidas (para capturar un instante fugaz tienes que pintar a toda prisa) confieren a sus cuadros un aspecto borroso, ligeramente desenfocado. En la década de 1970 la gente pensaba que aquellas pinturas estaban inacabadas o que los artistas necesitaban gafas. Hoy en día el impresionismo es el estilo artístico más popular de la historia del arte.

Los postimpresionistas (ver el capítulo 20), a diferencia de los impresionistas, carecían de una visión común que les guiara. De hecho, cada postimpresionista tenía su propia filosofía artística. Van Gogh persiguió una fuerza vital que según él animaba todas las cosas; Gauguin viajó a Tahití para encontrar las emociones primitivas y el “noble salvaje”; Cézanne pintó los elementos geométricos básicos de la naturaleza; y Ensor desenmascaró a la sociedad… ¡poniendo máscaras a todo el mundo!

El mundo moderno y el espejo roto

A principios del siglo XX, la cámara parecía tener el monopolio del realismo. Como resultado, los pintores se fueron interesando cada vez más por la abstracción. Pero esa no es la única razón. Siguiendo el ejemplo de Cézanne, muchos artistas se esforzaron por simplificar las formas (el cuerpo humano, por ejemplo) y reducirlas a sus componentes geométricos; ese propósito fue, en parte, lo que inspiró el cubismo (ver el capítulo 22). Los fovistas expresaron sus emociones con el color y los expresionistas hicieron lo mismo distorsionando las formas (se habla de ambos en el capítulo 21).

La primera guerra mundial supuso una ruptura con el pasado para muchos artistas porque el viejo orden fue lo que había causado la contienda, la peor hasta entonces. El movimiento dadaísta, calificado como “antiarte” (ver el capítulo 23), fue una reacción directa a la primera guerra mundial. Si la guerra era racional, los artistas serían irracionales. Las teorías de Sigmund Freud sobre el papel del inconsciente (el hogar de lo irracional) inspiró a los surrealistas (descendientes de los dadaístas) para que pintaran sus sueños y sacaran a la superficie ese mundo inconsciente con el fin de canalizarlo en su arte (ver el capítulo 23). La teoría de la relatividad de Einstein (publicada en 1905) estimuló a los futuristas para que incluyeran la cuarta dimensión, el tiempo, en sus obras (ver el capítulo 22).

Las horrendas injusticias cometidas durante la depresión global de la década de 1930, junto con el racismo y la segunda guerra mundial, dieron lugar a que muchos artistas, especialmente fotógrafos, crearan el arte activista. Las nuevas tecnologías permitieron a los fotógrafos capturar instantáneas de manera rápida y discreta, representando la vida con más “sinceridad” o espontaneidad que nunca. Las cámaras de pioneros del fotoperiodismo como Henri Cartier-Bresson, Dorothea Lange y Margaret Bourke-White capturaron la vida urbana, la pobreza y la guerra, y mostraron a todo el mundo realidades amargas (otras también hermosas) que anteriormente se habían escondido bajo la alfombra (ver el capítulo 25).

Tras el Holocausto e Hiroshima, la humanidad llegaba tarde a su cita con el diván del psicoanalista. Y allí precisamente acuden algunos artistas y pensadores. Inspirado por el psicoanálisis, un artista estadounidense se convirtió en pionero del expresionismo abstracto (ver el capítulo 23), el primer movimiento artístico estadounidense que tuvo verdadera influencia e imitadores. Viendo la obra de Jackson Pollock, casi parece que soltara una bomba atómica (o al menos una bomba de pintura) en cada uno de sus cuadros. En realidad lo que hacía es salpicar, derramar y lanzar pintura contra sus lienzos, en lugar de aplicarla con un pincel.

La pintura gestual de Pollock y de Kooning (como se dio en llamar a esa técnica de salpicar con pintura la superficie del lienzo) anunció que el arte se había convertido en una forma de expresión pura y conceptualización creativa. La idea de que el proceso es más importante que el producto dio lugar a muchas formas de arte nuevas. Durante milenios, la piedra angular del arte había sido la destreza del Artista y su conocimiento del oficio. Sin embargo, después de la guerra Pollock y de Kooning soltaron una bomba nuclear sobre el propio concepto del arte con el fin de liberar su energía creativa (y hacer añicos las formas). Cada vez más artistas empezaron a basar su trabajo en la conceptualización. No obstante, aunque esta tendencia continuó en el arte en vivo, las instalaciones artísticas y el arte conceptual, algunos artistas volvieron a la representación de la realidad. Los fotorrealistas, por ejemplo, mostraron que la pintura podía recuperar el realismo arrebatado por las cámaras fotográficas (ver el capítulo 25).

El término posmodernidad (ver el capítulo 26) es extraño. Da a entender que hemos llegado a un callejón sin salida en lo que se refiere a la cultura, que se nos han acabado las ideas y no podemos crear nada nuevo o “moderno”. Solo nos queda reciclar el pasado o regresar a la era de las cavernas. Y en realidad eso es lo que hacen los artistas posmodernos: reciclar el pasado en capas (cuarto y mitad de Grecia, una pizca de constructivismo, un puñado de Bauhaus y una cucharada colmada de modernidad). ¿Y para qué sirve eso? Los teóricos de la posmodernidad consideran que la sociedad no tiene un rumbo claro. En la Edad Media, el arte giraba en torno a la religión. En el siglo XIX, el arte realista se basó en la reforma social, mientras que el surrealismo se adentró en los sueños y en el inconsciente. Pero desde la década de 1970, el punto de vista es variable. Incluso la izquierda y la derecha políticas se confunden a veces. Para expresar que nuestra existencia carece de norte o fundamento, los artistas intentan mostrar las relaciones entre las épocas pretéritas y el presente. Algunos críticos argumentan que la posmodernidad es un cortocircuito espiritual, una visión hastiada que separa el significado de la vida. Lo dejo a tu criterio.

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